En columna anterior apunté que la soledad de Guillermo Montenegro es de tal dimensión que ni su primer concejal es parte de su íntima estructura política. Para despejar cualquier idea de que el aserto es interpretable, bastó que Nicolás Lauría, primer concejal electo, sucesor natural o intendente supletorio ante enfermedad o vacaciones, hiciera un pedido para instalar arcos sanitizantes en los accesos de la ciudad.
Horas después, el servicio de prensa y propaganda del ejecutivo comunicó que está instalado un arco sanitizante construido por el EMSUR en el acceso a la ciudad sobre la Autovía 2. Las fallas en la comunicación —que repiten la matriz fallida en la provincia de Buenos Aires en los cuatro años de María Eugenia Vidal— ha llevado a un ruido fenomenal en torno a los casos de Covid-19 en Mar del Plata.
Esta situación provocó una innecesaria reunión con el fiscal federal Daniel Adler —deseoso de hallar un espacio de protagonismo— en el que estuvieron todos los actores del sistema. Allí quedó claro que no hay afecto societatis entre funcionarios nacionales, provinciales y comunales, lo que provoca estos cortocircuitos que, por falta de criterio, generan que el positivo de hoy sea el negativo de mañana e incitan una actitud de desconfianza en la población.
La apertura del comercio esta semana fue un triunfo de la gente. Los ciudadanos que se dedican al comercio en la ciudad se unieron para hacer caravanas de autos, hacer escuchar las bocinas, y anotar un punto fuerte con el “perchazo”, una acción lanzada por las propietarias de los negocios de la zona Güemes, que encontraron en ese método un modo de expresar su reclamo.
Montenegro venía corriendo en chancletas al arrullo de encuestas que se leen en modo “Rodríguez Larreta” cuando se vio sorprendido por un reclamo que lo colocó en mala posición frente a un sector social que lo votó, lo acepta, pero no lo ama. El despechado de San Isidro debería estar con el oído atento: esta no es una coyuntura para tibios.
La postura del gobernador Axel Kicillof y su bisbisear habitual generan un ruido que no deja ver el fondo de lo que está ocurriendo. Montenegro cabalga detrás de posturas que no son suyas y acata con espíritu propio de la mayordomía. El daño que el silencio político provoca es tremendo. La lotería y el juego legal han sido una caja fenomenal para el Estado desde siempre, y en particular para la provincia de Buenos Aires. Las 4.156 agencias de lotería y quiniela generan 10 millones de pesos por hora cada día de la semana. Son 70 días de pérdida de ingresos esenciales. Aún no hay definiciones sobre los bingos y el casino, que por su parte generan millones al erario provincial.
Estas semanas fueron un paraíso para los capitalistas de la quiniela clandestina, que son habituales aportantes de las campañas políticas del PJ. Nada es sencillo ni inocente en medio de una pandemia real que decide, a través de las decisiones políticas, quien gana y quien pierde.