En el ámbito de los análisis internacionales, es frecuente hablar de los “escenarios posibles”. No se trata de futurología ni sesiones de Tarot. Independientemente de las especulaciones, que no dejan de lado opciones tendenciosas, existe la posibilidad cierta de armar unos pocos tableros y configurar hipotéticos mundos para el mediano plazo.
Es como jugar al ajedrez. Todo el que conoce la técnica del maravilloso arte/juego de los trebejos, sabe que debe imaginar varias posiciones futuras en función de sus posibles jugadas y eventuales respuestas del contrincante. La profundidad del análisis y la capacidad para ver sin errores determinarán el movimiento a elegir; y obviamente, el resultado de la partida. Quien más lejos analiza, más chances tiene de ganar.
En la política internacional, parece que la aparición de nuevos actores o acontecimientos “inesperados” hace muy difícil predecir el futuro. Sin embargo, no es tan así. Existen los que llamamos “hilos conductores”: aquellos elementos comunes a los tiempos, indicadores más o menos estables, propios de cada época que, bien entendidos, suelen ofrecer señales factibles, lógicas, matrices de lo que vendrá. Por supuesto que el impacto será diferente según la posición que se tome en el sistema. Así, por ejemplo, un país débil puede leer bien el futuro posible y prepararse para hacerle frente, minimizando costos y quizás aprovechando alguna oportunidad. Un país poderoso, en cambio, contará con medios para torcer los acontecimientos y llevar al mundo hacia el escenario que más convenga a sus intereses. No es una ciencia exacta, afortunadamente; pero tampoco todo es impredecible.
Superada esta larga (¿innecesaria?) introducción, nos permitimos pensar en el futuro de Venezuela, con todo el riesgo que implica hablar el viernes anterior al partido del domingo. Pero tampoco es intención de ésta columna asumir cómodamente el ex-post que implica menos compromiso, por muy sólido y útil que sea. Venezuela, además, como siempre hemos dicho, es importante para Argentina, para el Mercosur y para el futuro de toda Sudamérica, independientemente de la figura que detente el poder. Y decimos entonces: no nos tranquiliza el futuro que se vislumbra. Veamos por qué.
Escenario 1
Eventual y posible fallecimiento de Hugo Chávez. Escondió durante un año la verdadera dimensión de su enfermedad. Convencido, como estaba (quizás con razón, de que solamente él estaba en condiciones de enfrentar exitosamente la elección de octubre pasado. La ofensiva opositora, con todo el apoyo mediático, probablemente hubiera ganado si otro hubiera sido el candidato. Pero no fue otro, fue él; y para eso debía mantenerse en pie y con imagen confiable (¿) de continuidad.
Así que fue severamente “empastillado”, incluso con riesgo de agravar la enfermedad, para poder mostrarse ágil, despierto, confiado. Jugó su papel. Convenció a los suyos. Desalentó a los ajenos. Y ganó la 14ª de 15 compulsas electorales de su historia (sumando presidenciales, legislativas, revocación, plebiscitos, etc.). Pero eso tiene un costo.
El tratamiento del cáncer es costoso para la salud del resto del organismo. Los efectos colaterales abundan, tanto en la quimio como en la radioterapia. Hígado, bazo, riñones, y por supuesto el corazón, van pagando las consecuencias. Éste último suele jugar malas pasadas: la persistencia del esfuerzo al que se ve obligado el organismo termina provocando el desenlace final a través de infartos, que terminan con la vida por un camino diferente al que se estaba combatiendo. Chávez está (muy) expuesto a este proceso. Sus excesos físicos (incluyendo el peso) pueden pasar factura en cualquier momento.
Escenario 2 (ligado)
El líder bolivariano entronizó a Nicolás Maduro como su sucesor, de manera expresa y pública. Chávez “sabía” que postulándolo antes, directamente en octubre Maduro no iba a ganar; a Capriles le ganaba él, no otro. Pero ahora el escenario es diferente. Habiendo triunfado por más de diez puntos, a pesar del lógico desgaste de tantos años en el poder, se siente mucho más cómodo y ahora sí está en situación de poder delegar.
Aquella victoria de hace dos meses, sumada al impacto emocional que en su público genera el agravamiento de la enfermedad, crea “lealtades del corazón” tanto o más poderosas que las lealtades políticas. Quienes lo votaron, quizás no hubieran sido tan contundentes si el candidato original hubiese sido. Ahora sí lo apoyarán, como muestra de respeto hacia la que podría ser la última voluntad política del hasta hoy Presidente de Venezuela. Todo lo sencillo que podría haberle resultado a la oposición derrotar a Maduro en octubre, le resultará de complicado ahora, en las presentes circunstancias donde lo emocional podría jugar un papel decisivo.
Escenario 3 (¿corolario?)
Golpe de Estado. Así de sencillo y directo. Si ocurre 1 y enseguida ocurre 2, no habría que descartar que el paso siguiente sea un movimiento militar desde sector afín a los ultraconservadores de Fedecámaras, tal y como sucedió en el golpe fallido de abril de 2002. Pero también en este caso cambia el escenario. Aquello, más que un fracaso, fue un papelón: en 72 horas tuvieron que devolverle a un Chávez más joven y sano, el control de las riendas del país.
Pero de darse las hipótesis anteriores, Chávez ya no estaría vivo; o por lo menos, quedaría imposibilitado de ejercer el cargo.
Maduro no tiene la fuerza ni el carisma de su jefe y es pasto más tierno para las fieras antidemocráticas, que ya vienen cebadas con el éxito obtenido en Honduras (Zelaya) primero y en Paraguay (Lugo) después. Cuando alguien les molesta, afuera con él de cualquier forma. Total, y también de esto hay experiencia reciente, los EEUU ni siquiera admiten que fueron “golpes de Estado” y la OEA es inoperante más allá del discurso tan encendido como poco creíble.
Así como digo que Chávez sabía que podía ganar, digo que Fedecámaras sabía que a Chávez no le podían hacer otro golpe… Pero sí a Maduro. Con la excusa de la “pacificación” de una sociedad crispada, dividida y seguramente desconcertada (al menos en parte, por la eventual pérdida del “número uno”), estarían dadas las condiciones operativas para terminar de una buena vez con un régimen que se mostró duro escollo para las aspiraciones neoliberales y geopolíticas del conservadurismo externo e interno de Venezuela.
Fallecimiento o inhabilitación física de Hugo Chávez para ejercer la presidencia. Triunfo eventual de Nicolás Maduro en la nueva elección. Golpe de Estado “pacificador”. Escenario posible. Uno entre otros; claro, no es una ciencia exacta. Pero tiene su lógica.