Desde el inicio de la pandemia —esa que el gobierno al principio negaba, y de la cual, luego, se apropió—, lo que estuvo en el centro del debate, fue la libertad.
El actual descenso en la cantidad de contagios se inició nada menos que en el mes de Agosto, que era el que, según sostenían las autoridades sanitarias, traería el famoso “pico”, lo que evidencia que el criterio “científico” en el que se apoyaron las medidas que debieron soportar los argentinos, no era tal.
Nunca se trató de ciencia: siempre fue ideología política. Se buscó acorralar a la clase media, y someterla a actores estaduales que le proveyeran los medios para subsistir. Las medidas impulsadas por el gobierno contra la libertad ambulatoria tuvieron momentos de clara imposición autoritaria y brutal.
Un ejemplo claro es lo ocurrido en Capital Federal cuando una vecina del barrio de Palermo, Sara Oyuela, de 83 años, rompió la cuarentena cruzando la calle para ir a un parque, situación que disparó una desmedida intervención policial. De nada sirvió el argumento esgrimido por la señora, padeciente de EPOC y cáncer de pulmón, que dijo “necesito el sol por mi salud”.
La noticia fue reflejada por todos los medios nacionales, los mismos que difundían al unísono la campaña #quedateencasa y que reportaban con gran entusiasmo la idea de la conculcación de los derechos en la “guerra contra el bicho”. La policía de la ciudad no se hizo presente por gracia divina, sino que acudió tras la denuncia de un vecino. La política del miedo impulsada por el gobierno llevó a que se dispararan en todo el país las denuncias contra los “infractores”, una verdadera locura.
Sara reclamaba poder tomar sol en la plaza para poder fortalecer sus defensas, lo cual tiene fundamento: la exposición al sol incrementa la respuesta inmunológica. También, mejora la respuesta muscular y la resistencia en pruebas de tolerancia, disminuye la presión sanguínea, reduce la incidencia de infecciones respiratorias, ayuda a bajar el colesterol en sangre y aumenta los niveles de hemoglobina, mejora la respuesta del esfuerzo cardiovascular, estimula las terminaciones nerviosas, ayuda a mejorar la respiración —especialmente en pacientes asmáticos— y es esencial en la síntesis de vitamina D, indispensable para el proceso de calcificación de los huesos. Un combo de beneficios gratis para la salud que los consejeros científicos del presidente Alberto Fernández decidieron ingnorar.
Hoy, sin que nadie acierte a dar una explicación clara, la baja de casos es continua. Al respecto de la variante Delta, señalada como altamente peligrosa, lo que hay son sólo hipótesis. Un panel de científicos en Inglaterra señala por estas horas que sólo en meses, hacia 2022, el virus mutará a una “gripecita”. Expertos de la Universidad de Oxford también sostienen que para 2022 las complicaciones por el contagio de coronavirus serán leves, ya que la inmunidad del virus se ve reforzada por las vacunas y la exposición continua.
En el caso argentino, hay que empezar a revisar todos los parámetros que en su momento se impusieron como verdades reveladas. Somos un país que bate records en materia del porcentaje de fallecidos por cantidad de habitantes, con testeos insuficientes, y con un plan de vacunación ideologizado que es un escándalo monumental. Algo hay, que no vemos. Deberían ponerse a averiguar, con verdadero criterio científico, qué es.