Cartas de un judío a la Nada

Los Ángeles, 2006

Miller volvió a escribirme esa misma tarde. Me pidió disculpas por su reacción y me rogó que nos volviéramos a reunir. Nos juntamos al día siguiente, en el mismo café. Miller no se había ni afeitado ni bañado. Traté de mirar más allá de su apariencia y de encontrar una forma de ayudarlo en serio.

— El problema es su ingenuidad, Miller. Usted habla sobre el amor en sus escritos, pero lo hace con la pomposidad estúpida, típica de las películas de animación para niños. El amor nunca es así. El amor mágico existe, sí, pero es una experiencia tortuosa, dolorosa. El amor duele más que nada. Hay momentos de felicidad, es cierto, pero son pocos. Si uno ama de verdad, la felicidad no dura. Lo que la gente describe como “felices para siempre” es sólo conformismo. Entérese.

» Su sentido de la moralidad es, también, ingenuo. Sus personajes son planos: buenos y malos. La vida no es así, Miller. Hasta el peor de los hijos de puta tiene, en algún momento de su vida, un gesto tierno hacia alguien. Todos somos seres humanos. Los escritores mediocres como usted, los psicópatas, los ladrones, los violadores, los asesinos y los mártires. Todos somos gente. Y la gente es estúpida, atolondrada, insegura; vive su vida no como quiere sino lo mejor que puede. El hombre que llega al extremo de matar a alguien más es un hombre loco, estúpido, desesperado, pero rara vez es un hombre malvado. La maldad es un manto de piedad, una etiqueta que les ponemos a los demás para alejarnos de las sombras de nuestros propios fantasmas. Usted trata al asesino de su cuento con desprecio. Pero estoy seguro de que más de una vez, cuando la gente se burló de usted en el colegio o cuando alguien le dijo que escribe como un idiota, la idea de matar a alguien se le debió haber cruzado por la mente. ¿Me dice usted que si estuviera en un callejón oscuro, sin testigos, con un arma en la mano y la persona que más odia en el mundo delante, no lo mataría? ¿Sabiendo que nunca lo van a encontrar? La gente cobarde como usted no hace el bien porque sea buena gente sino por terror a las consecuencias. Así que sáquese de la cabeza la noción de que es usted un santo y que tiene derecho a juzgar como hace con sus personajes.

» Sus personajes femeninos son objetos. Y lo peor de todo es que trate de disimularlo con elogios vacuos a su belleza sublime o a sus tiernas personalidades. Son personajes chatos, sin defectos, sin deseos, sin voz. Usted los inviste de un aura angelical estúpida, insulsa. La belleza no está en la perfección. Matemáticamente, una pieza de mármol sería perfecta si fuera un cubo de lados regulares y de caras perfectamente pulidas. Pero la belleza no está ahí. La belleza está en los defectos. La belleza se encuentra cuando usted rompe el cubo de mármol con destreza y precisión y extrae de su interior “La Piedad” de Miguel Ángel. Si quiere un personaje femenino que cautive el corazón de sus lectores, hágala real. Haga que maldiga, que tenga una moralidad cuestionable, que sea capaz de hacer cualquier cosa si encuentra una razón que la justifique. Señor Miller, entiendo que lo que le voy a decir va en contra de todas sus experiencias personales, pero las mujeres son seres humanos. Tan maravillosos, complejos y susceptibles de ser odiados como cualquier hombre.

» El único beneficio que le encuentro a lo que usted escribe está en la lógica interna del relato. Son relatos bien pensados. Son la antítesis del recurso del “Deux ex machina”. Todos los elementos están ahí, todo el tiempo, a la vista, pero presentados de una forma hábil que impide que el lector se adelante al desenlace de la historia. Esto está muy bien y requiere mucha habilidad. Requiere una mente analítica y una mano firme para llevar la historia a través de todos los escollos hasta una resolución satisfactoria. Pero esto solo no alcanza. Al menos, no si lo que usted pretende es escribir algo más que relatos para niños.

» Miller, lo suyo no tiene arreglo. Porque la principal ingenuidad de la que peca es precisamente ésa: la de creer que la vida es un relato donde los elementos están escondidos de alguna forma y uno puede prever un final feliz. Usted todavía cree  que existe un principio de bondad que dirige nuestras vidas y que nos cuida, y que el Universo es, en última instancia, justo. Cree que si uno hace algo malo es castigado y que si uno hace las cosas bien, es recompensado; y la vida no es así. Está bien que sea así en un cuento, pero ese mismo cuento tiene que dejar entrever la verdad: que el mundo es un caos donde nadie gobierna nada, donde la justicia existe sólo en raras ocasiones y donde la mayor parte de las maldades que hacen los hombres se hacen en secreto y quedan sin castigo.

» Usted necesita vivir, Miller. Vivir. Siga escribiendo para no perder el hábito, pero guárdese diez años antes de volver a mostrarle algún escrito a alguien.

» Al menos, si no quiere que lo elogien sólo por compasión.

 

Nemuel Delam

El judío errante