Lo que va a cambiar y lo que no

La semana que pasó será realmente inolvidable. Un Papa argentino no es algo que se encuentre a la vuelta de la esquina. Pero el sentido común, pareciera que tampoco.

PÁG 6 AJorge Bergoglio es un hombre de una inteligencia superior y de una fina manera de expresarla en hechos y palabras.

Como buen jesuita, posee el don de la interpretación de los hechos a la luz de principios doctrinarios irrenunciables. Escrutador, prudente y obsesivo por el cuidado de las palabras, el ahora Francisco I supo navegar en aguas procelosas, chapalear el barro y salir indemne de la experiencia.

Durante los duros años del Proceso, tuvo obligatorio contacto con los jerarcas militares, a los que despreciaba profundamente y de quienes abominaba en privado. De esos contactos surgió la salvación de muchas vidas y la información necesaria para proteger muchas otras.

No era una tarea fácil ni agradable, ni algo que la mayoría estuviese dispuesta  a afrontar. Sin embargo, Bergoglio no le escapó a la hora. Y con humildad y simpleza desplegó todas las armas disponibles para proteger a quienes corrían peligro.

Sabía que iba a recibir críticas, tal cual ocurrió. Pero ese riesgo no lo detuvo en el objetivo salvador que se había fijado.

Ya en democracia fue siempre un firme interlocutor del poder en la búsqueda del cumplimiento de los valores cristianos en el ejercicio de gobierno.

Tanto Néstor como Cristina han sido pacientes demoledores de los valores de la Iglesia. Su visión agnóstica de la vida y su seducción por el poder terrenal y los bienes materiales, los llevaron a un enfrentamiento cada vez menos larvado con ese Cardenal Primado que les marcaba cada hito de corrupción, cada mentira y cada claudicación.

Por pedido del propio Benedicto XVI, que siempre lo tuvo in péctore como su sucesor, Bergoglio dio un paso al costado y comenzó una serie de viajes a Roma, que seguramente mucho han tenido que ver con esta elección. Que no parece para nada sorpresiva para quienes recuerdan el cónclave de 2005, en el que sólo el retiro del prelado argentino destrabó la situación para permitir la elección de Ratzinger.

Desde ese momento, ambos hombres se dispensaron una fraterna confianza que se enriqueció en las parecidas calidades intelectuales y teológicas que los acercaban.

Por eso es dable esperar en su papado una continuidad de las ideas de su predecesor que, sin embargo, encarnarán en una personalidad mucho más fuerte y en una presencia que marcará desde el principio una clara autoridad. Aunque nunca lo diga, su principal preocupación será sacar a la Iglesia del fango en que la ha metido una seguidilla de escándalos de todo tipo, entre los que el sexo y los negocios destacan con claridad.

Francisco I será, entonces, como PauloVI en su momento: el Papa del equilibrio, de la reforma y, casi con seguridad, del Concilio Ecuménico Vaticano III que deberá reformular la relación de la Iglesia con los problemas del mundo.

Y como aquél antecesor, sin carisma pero con una valentía y una personalidad que abrevaban en una inteligencia superior, tendrá que equilibrar un barco que querrá arrastrarlo ora hacia un progresismo para el cual aún la institución no está madura, ora hacia un conservadurismo recalcitrante que la seguirá empujando al abismo del aislamiento universal.

Claro que el jesuita gaucho contará seguramente con el Espíritu Santo, que en su caso no es paloma sino intelecto, experiencia, fe y fuerza.

Cosas que a los ojos de Dios son más que suficientes para emprender la tarea.

Pero hay otra Argentina que sigue inmutable su camino hacia el abismo; aquella de los enfrentamientos, los paros, la inseguridad. Una Argentina que parece irremediablemente negada al diálogo y siempre caminando por la cornisa de la muerte de los buenos a manos de los malos, sin que nadie logre hacer nada para evitarlo.

Detenidos que se escapan de los centros de contención, delincuentes que salen a la calle pocas horas después de cometer los peores delitos, legisladores que parecen no escuchar el clamor de la gente, policías que están más cerca de violar la ley que de cuidarla; un panorama aterrador con el que día a día deben lidiar los ciudadanos.

Rehenes de esta realidad y de una clase política que se financia con la multiplicación del delito, los bonaerenses vivimos esperando que alguien haga algo por nosotros.

Nos expolian desde el Gobierno central, quedándose con el esfuerzo y la producción de la provincia y sus habitantes. Y nadie hace nada…

Nos matan como a cucarachas para quitarnos unos pocos pesos, y lo hacen con una saña y una perversión que no es posible entender. Y nadie hace nada…

Nuestros chicos no tienen ni siquiera el derecho a recibir educación si no pertenecen a una categoría social que les permita pagar una escuela privada. Y nadie hace nada…

En los hospitales, los médicos, las enfermeras y el personal en general viven en permanente protesta. Por lo que un bonaerense sin posibilidad de pagar una prepaga o pertenecer a una obra social, puede morirse tranquilamente sin que nadie se digne ni siquiera mirarlo. Y nadie hace nada…

Las reparticiones públicas cerradas, como postal inocultable de lo que el Estado puede darle hoy a sus contribuyentes; o sea, nada. Y nadie hace nada…

Basta. Digamos basta. Gritemos basta.

No dejemos que sigan tomándonos el pelo y hagamos sentir la rabia contenida desde hace tanto tiempo, que debemos y tenemos que convertir en una fuerza arrolladora que se lleve por delante a los delincuentes, los corruptos y sus socios por acción u omisión.

¿Qué puede pasar? ¿Que nos maten? ¿Que nos maltraten? ¿Que no se ocupen más de nosotros?

En esta sociedad en la que nos matan, nos maltratan y no se ocupan nunca de nosotros, el riesgo parece ser inexistente.

Y eso no puede arreglarlo un Papa, por santo que sea.

Comienza a ser pasado

PÁG 6 BLa muerte de Hugo Chávez abre un interrogante mayor. No solamente sobre el futuro inmediato de Venezuela sino también por lo que tiene que ver con una América Latina donde muchos países -entre los que se encuentra el nuestro-  son hoy deudores del Estado caribeño, en cifras que pueden ser consideradas al menos imprudentes.

Chávez ejercía la suma del poder público más allá de toda lógica y razón. Y lo hacía de forma tal, que hasta sus más enconados detractores terminaron aceptando como “normal” la violación permanente de las normas internas y de la legislación internacional vigente.

Sin embargo, y en muchos aspectos, Hugo Chávez fue una víctima.

El uso que de su persona y de su dinero hicieron propios y extraños es el precio que inevitablemente pagan los autócratas. Siempre, en su entorno, crece la adulación de quienes sólo buscan el beneficio personal; aunque para ello deban convencer al “jefe” de su infalibilidad y someterlo a la peor de las esclavitudes, que es la de la propia personalidad quebrada por la debilidad del ego.

Sus sucesores saben que la herencia nace con una debilidad inocultable. Las internas, la personalidad errática de Maduro y su dificultad para llegar a liderar seriamente a los chavistas, lanzan sombras preocupantes sobre el futuro de Venezuela.

Desafíos que pasan por una situación económica explosiva, con una inflación desbocada, con la caída de la inversión y un desfinanciamiento del Estado al que ya no puede resolver ni siquiera un eventual aumento del precio del crudo.

La historia se repite sin solución de continuidad en las familias, en las empresas o en los gobiernos.

 

La historia maldita

PÁG 6 CSan Martín y Bolívar se encontraron. Pero quienes eran en esencia, nunca lograron estar juntos.

Uno caribeño, autoritario, personalista y conquistador; el otro argentino, serio, institucionalista y libertador.

Guayaquil terminó por teñir a toda la región de un “bolivarismo” que se le metió en la sangre como la enfermedad lo hizo en el cuerpo del fallecido líder venezolano.

Mientras tanto, la vigencia de las constituciones, el valor de la legalidad y el apego a las instituciones -todos, valores soñados por San Martín- siguen brillando por su ausencia en un subcontinente que no logra definir un futuro exitoso para sus habitantes.

Murió otro caudillo. De alguna manera, no pasó nada nuevo.