Científicos argentinos describen cómo una proteína favorece a la clamidia

Observaron cómo interactúa la bacteria Chlamydia trachomatis, causante de casos de infertilidad femenina, con las células cervicales. Los resultados fueron publicados en la prestigiosa revista PNAS y podrían ayudar a instaurar nuevas terapias.

Clamidia. Solo su nombre suena amenazador. Podría ser el título de una película de terror o el nombre de un alien que llega a la Tierra. Pero no, es una enfermedad bacteriológica común y potencialmente peligrosa.
Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EEUU, (CDC, por sus siglas en inglés), la clamidia es una enfermedad de transmisión sexual común, curable con un tratamiento específico. Es causada por la bacteria Chlamydia trachomatis, que puede infectar a tanto a hombres como a mujeres. Las mujeres pueden contraer clamidia en el cuello del útero, el recto o la garganta. Los hombres pueden contraerla en la uretra (el interior del pene), el recto o la garganta.
La clamidia se contagia durante el sexo oral, vaginal o anal con alguien que tiene la infección. Una mujer también puede transmitir clamidia a su bebé durante el parto. Si se tuvo clamidia y fue tratado en el pasado, una persona puede reinfectarse si tiene relaciones sexuales sin protección con alguien infectado.
Más allá de la prevención lógica que hay que tener para evitarla cuando se mantienen relaciones sexuales sin pareja estable, desde hace 10 años científicos argentinos se propusieron estudiar esta enfermedad para contribuir a bajar la cantidad de personas infectadas que existen cada año.
En el año 2015 hubo más de 1,5 millones de casos registrados sólo en EEUU. Y en Cataluña, en ese mismo año se notificaron 1.447 casos de clamidia, un 53,4% más que el año anterior. En la Argentina no hay estadísticas de todas las personas con esta enfermedad.
Así, investigadores del Conicet observaron cómo interactúan las células cervicales con la bacteria Chlamydia trachomatis, causante de una de las principales infecciones de transmisión sexual y de muchos casos de infertilidad femenina.
El trabajo de investigación fue publicado en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) que destacó la investigación de los científicos del CONICET que demostraron la importancia de una proteína, la Galectina-1, en la interacción de la bacteria con las células que infecta.
“Es la bacteria de mayor incidencia en enfermedades de transmisión sexual (ETS), y tiene dos particularidades: la infección es asintomática hasta en el 70% de las mujeres y 50% de varones, y frecuentemente se cronifica. Se estima que alrededor del 50% de las mujeres infértiles lo son por causa de una cronificación de la infección clamidial”, explicó Agustín Luján, becario doctoral en el IHEM y principal autor del trabajo.
El equipo de trabajo fue dirigido por Gabriel Rabinovich, investigador superior del Consejo y vicedirector de Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME, CONICET-FIBYME), y María Teresa Damiani, investigadora independiente en el Instituto de Histología y Embriología de Mendoza “Mario H. Burgos” (IHEM, CONICET-Facultad de Ciencias Médicas UNCuyo).
El origen del vínculo entre estos dos grupos, cuenta Rabinovich, tuvo mucho que ver con Diego Croci, investigador adjunto y segundo autor del trabajo, quien actualmente se encuentra en el IHEM, Mendoza.
Este trabajo refleja la importancia de colaboraciones entre laboratorios argentinos para la construcción multidisciplinaria del conocimiento ya que el doctor Rabinovich es quien desde su tesis doctoral descubrió las funciones en el sistema inmune de la galectina 1, y la doctora Damiani es referente en el estudio de Chlamydia trachomatis.
En los resultados presentados, se demuestra que la galectina 1 promueve la adhesión de la bacteria a la célula hospedadora, la invasión y así aumenta la infección clamidial. Por lo que una forma de reducir estas infecciones podría ser con terapias que ataquen a esta proteína. Como describieron Luján y Damiani, la bacteria utiliza diversos receptores glicosilados para ingresar a las células cervicales. Galectina-1 funcionaría como una llave maestra que abre estas distintas puertas de entrada a la célula a infectar.
“Aquí es cuando galectina-1 actúa como un ‘puente’, se pega a los azúcares de la bacteria y de la célula hospedadora. En un experimento ‘cortamos estos azúcares y demostramos que la infección disminuyó”, precisó Luján.
Se ha descripto para otros patógenos que infectan las células del cuello uterino -como el virus de HIV y el parásito Trichomonas vaginalis-, que cuando hay inflamación, galectina 1 se libera al medio -a la luz del útero o la vagina- y así favorece la infección. Este mecanismo podría explicar la alta frecuencia de coinfecciones en el aparato genital femenino.

Una década de investigación

“Hace más de 10 años que trabajamos con clamidia, siendo mujer, me pareció de lo más apropiado investigar este tema por la alta frecuencia de las infecciones y las consecuencias dañinas para la fertilidad femenina”, remarcó Damiani.
“Ha sido un placer trabajar con Agustín Luján y Teresa Damiani y su equipo. Este trabajo refleja la importancia de la construcción colectiva del conocimiento y las colaboraciones entre diferentes grupos de nuestro país. Estoy muy orgulloso de este trabajo”, comentó Rabinovich.
“Es un patógeno muy difícil de estudiar, ya que estas bacterias no pueden crecer extracelularmente para después analizarlas”, afirmó Damiani, y agregó: “Estos resultados abren la puerta a una terapia que no esté dirigida contra un patógeno sino que actúe sobre la galectina-1”.
Según Rabinovich, “la modulación de galectina-1 no solo sería importante entonces en cáncer ​y enfermedades autoinmunes, sino en infecciones bacterianas de alta prevalencia e impacto social como la clamidia”.
A veces no somos conscientes de todas las enfermedades de transmisión sexual (ETS) que existen, donde la clamidia es una de las principales. Estas son causadas por un sinfín de virus, bacterias y parásitos que pueden ocasionar diferentes tipos de anomalías más o menos graves.
Las ETS afectan a uno de cada 10 jóvenes de entre 15 y 24 años y a cada vez más adultos mayores de 45 años. A veces son asintomáticas y pasan desapercibidas, y al no ser tratadas pueden tener graves consecuencias a largo plazo. Además, una vez detectada una ETS hay que descartar que no haya más, ya que a menudo se asocian varias a la vez.