Los pueblos originarios fueron violentados en el continente americano desde 1492, durante toda la época colonial. Pasaron y aún pasan por diferentes tipos de maltrato. El ataque a sus comunidades, con su consecuente destrucción, se suma a la más cruel de las indiferencias y el abandono de toda una sociedad que los ignora.
Por estos días, desde las más heladas tierras de Canadá hasta la Patagonia chilena, se escuchan las voces de las comunidades originarias latinoamericanas que hacen frente a los atropellos que viven a diario y a la apatía que reciben de los gobiernos de turno. La indiferencia llega tanto de los más conservadores (canadienses o chilenos) como de los supuestamente progresistas (venezolanos o ecuatorianos). Unos y otros hacen caso omiso a leyes internacionales que exigen tener en cuenta los derechos de los pueblos originarios sobre sus tierras ancestrales y respetar la educación según sus respectivas culturas.
“No es casualidad que las dos regiones más retrasadas de nuestro país, La Araucanía y el Biobío, sean precisamente las regiones donde se concentra una parte importante de nuestros pueblos originarios”.Presidente Piñera
Nuestro país está muy lejos de haber solucionado este conflicto. Y en los últimos tiempos, el asesinato de varios miembros de la comunidad Qom ha dejado al descubierto qué poco les interesa a los gobiernos la vida de éstas personas, ya sea en el ámbito nacional, provincial o municipal.
En varios países de la región, las organizaciones indígenas se toparon con los efectos perversos de la lucha contra el terrorismo o la criminalización de la protesta. A la vez, se han convertido en víctimas directas del modelo de desarrollo extractivista, basado en la explotación de yacimientos de minerales, gas o petróleo, que están dentro de sus territorios.
Numerosos conflictos aparecen cuando las empresas comienzan obras en sus territorios, autorizadas sólo por el Estado y sin cumplir con la ley que exige, por ejemplo en nuestro país, realizar una consulta previa con la gente de las comunidades. Así es como se producen graves situaciones, con daños irreversibles sobre el medioambiente: afectaciones en tierras pertenecientes a Parques Nacionales, perforaciones de ojos de agua, roturas en sitios arqueológicos, contaminación de ecosistemas y de personas, mortandad de animales y desertificación.
En el extremo norte de nuestro continente, en Canadá, una vez más los aborígenes están protestando contra el gobierno liderado por Stephen Harper. En la América sajona, los pueblos originarios, conocidos como las “First Nations”, han sido objeto de genocidios e injusticias al igual que sus hermanos del sur.
El reciente plan del gobierno de Harper, como muchos anteriores presentados por sus antecesores, busca asimilar o eliminar el concepto de “Nación Indígena” frente a los gobiernos provinciales, al federal y a la sociedad canadiense en general. Pretende terminar con la protección y los derechos que la Constitución canadiense otorga a los pueblos originarios. Entre otras cosas, convirtiendo su soberanía tradicional en municipios; sus reservas, en tierras vendibles; destruyendo sus tradiciones, historia y los tratados firmados con la sociedad blanca.
El acto de resistencia empezó con un grupo de mujeres aborígenes de la provincia de Saskatchewan, damas que tratan de informar a sus hermanos y hermanas sobre las consecuencias de la nueva ley federal. Alertando, en especial, sobre lo que podría ocurrir a partir de la ley C-45, una nueva forma de ataque a sus tierras y a sus derechos de agua en todos sus territorios; derechos que se aplican dentro de la propia “Ley de los blancos”.
El movimiento fue tomando fuerza a partir del 11 de diciembre, cuando la jefa Theresa Spence comenzó una huelga de hambre en Ottawa. Esta mujer de la tribu Attawapiskat, pequeño territorio ubicado en el norte de la provincia de Ontario, despertó la atención de su pueblo. Para mediados de diciembre, las protestas se extendieron por todo el país. El 21 de enero hubo manifestaciones en más de 25 ciudades de Canadá. Todas las protestas contaron con el apoyo de un gran número canadienses no aborígenes ni mestizos, incluyendo ecologistas, luchadores por la defensa de los Derechos Humanos y grupos y partidos de izquierda.
En el otro extremo del continente, las cosas tampoco están calmas. Los mapuches chilenos se encuentran en plena efervescencia. Luego de muertes, acusaciones cruzadas y movimientos de protesta, los grupos indígenas han amenazado con la creación de la Nación Mapuche en las tierras de la Patagonia chilena.
El presidente de Chile, Sebastián Piñera, anunció que procederán con “máxima urgencia al reconocimiento constitucional de los pueblos originarios”. Sus dichos llegaron siete días después de que el gobierno iniciara reuniones en la región sureña de La Araucanía para acabar con el conflicto en la zona.
Piñera sostuvo que el reconocimiento constitucional es un pilar de la política que su gobierno ha desarrollado frente a los pueblos originarios. Y declaró que el segundo objetivo “es reconocer que allí había un retraso inexcusable en materia de desarrollo económico y social. No es casualidad que las dos regiones más retrasadas en esta materia de nuestro país, La Araucanía y el Biobío, sean precisamente las regiones donde se concentra una parte importante de nuestros pueblos originarios”.
Los mapuches no se mostraron felices con los planes de El Palacio de la Moneda. El líder indígena chileno Aucán Huilcamán advirtió que en el sur del país se instalará un “gobierno mapuche” si la administración del presidente Sebastián Piñera no responde a sus demandas. Huilcamán afirmó que el Ejecutivo ha lanzado tres iniciativas legales sin consultar a las comunidades; lo que a su juicio, constituye una evidente provocación al pueblo mapuche y violenta la legislación internacional que Chile debe respetar.
“Si el gobierno de Piñera no modifica esa agenda unilateral, Chile y el mundo serán testigos del nacimiento de un gobierno en el sur de Chile”, y ése es el tema que se va a tratar en una nueva reunión del “Pacto Mapuche por la Autodeterminación”, creado en enero pasado, agregó Huilcamán.
De este lado de los Andes, la situación de los pueblos aborígenes tampoco está pasando por un buen momento. En nuestro país, el maltrato, sobre todo a los pueblos afincados en el noreste, se ha hecho visible para el resto de los argentinos; lamentablemente, después de cuatro muertes.
Los Qom, usualmente conocidos como Tobas, históricamente han sido objeto de discriminación y rechazo, tanto por parte de los extranjeros llegados a fines del siglo XIX y principios del XX como de algunos criollos del lugar. En algunos casos, esto ha derivado en incidentes de extrema gravedad.
El problema con los Qom explotó en los medios de comunicación tras la muerte del niño Imber Flores, de la comunidad “El Colchón” de Villa Bermejito, Provincia del Chaco. También, luego del asesinato de Daniel Asijak, joven qom de 16 años miembro de la comunidad formoseña “Potae Napocna Navogoh” o “La Primavera”. Ya habían fallecido el año anterior una abuela y su nieta, al ser arrolladas por un policía. Ni el Gobierno nacional ni el provincial hicieron nada para evitar estos asesinatos.
Como escribió Pérez Esquivel, “todo esto es violencia de la más pura y con mayúsculas. Violencia física, cuando se golpea, se hiere y se mata. Violencia verbal, cuando se insulta, se degrada y se desvaloriza. Violencia cuando se discrimina, cuando se atiende mal o no se atiende al ir a un centro de salud. Violencia cuando no les instalan agua potable, a pesar de habérselo prometido tiempo atrás”.
Tibios avances
En países como el nuestro, Chile, Perú, Paraguay o Brasil, los gobiernos han ignorado directamente los intereses de los pueblos indígenas cada vez que entraron en conflicto con sus planes de crecimiento. Incluso, en los países del ALBA las demandas de estas comunidades se han relegado a un segundo plano. Así quedó demostrado durante la disputa en el parque Nacional de Tipnis, en Bolivia.
Pero el tiempo no ha pasado en vano para las comunidades indígenas ni para sus miembros en cuanto al reconocimiento de sus identidades, el incremento de su formación y su manejo de medios de comunicación. Desde ya hace más de medio siglo, muchos pueblos han ido normando (y algunos, estandarizado) sus lenguas. Y han impulsado mecanismos para comunicarse y amplificar sus señas de identidad. Además, se han expandido y multiplicado instituciones de formación indígena.
En muchas comunidades existen jóvenes generaciones que se formaron en su lengua e identidad y adquirieron destrezas y habilidades en las nuevas tecnologías, en el manejo de sus recursos y en la defensa de sus derechos.
Los Qom
Son hoy unos 60 mil individuos asentados en las provincias del Chaco, Formosa y en los suburbios de Rosario y Buenos Aires. Etnia de cazadores y pescadores y de espíritu nómade, su agricultura era muy precaria en el momento de la Conquista. Esporádicamente sembraban zapallo, mandioca o maíz. Vivieron libremente, pero desde el oeste fueron desplazados por los Matacos (Wichís) muy presentes en Salta y Jujuy.
Con la presencia europea y la siembra extensiva del algodón, se inició una época en que los Qom, junto con los criollos pobres, trabajaron como cosecheros. También fueron peones en la célebre Compañía Azucarera del Chaco Austral en Las Palmas. Estas actividades los fueron alejando de los bosques, su hábitat natural anterior y centro de su vida más activa.
Pero el Ingenio Las Palmas cerró en 1991 y el algodón fue reemplazado por la soja en los últimos años. Del mismo modo, sus asentamientos se trasladaron hacia los suburbios de las ciudades, y los pueblos más cercanos debieron desplazarse hacia sus áreas naturales.