Un estudio inglés asegura que el hábito de comer en familia ayuda a combatir la obesidad. En la Argentina, el ritual se debilita por las obligaciones cotidianas.
Una mesa larga llena de chicos, con papá y mamá, ruidosa, repleta de comida, hace bien al corazón y a la panza. Una investigación publicada por el diario inglés The Guardian asegura que los chicos que comen con sus padres crecen más saludables en comparación con los que no lo hacen. El estudio, realizado por el Centro de Ciencias para la Salud de la Universidad de Edimburgo, siguió en sus hábitos alimenticios a 2 mil chicos de cinco años. Las observaciones mostraron que aquellos que almorzaban o cenaban al menos una vez al día con su familia, presentaban menores deficiencias de hierro y zinc que quienes no lo hacían. En el otro extremo, la mayoría de los niños que sufrían patologías derivadas de problemas alimentarios cenaban frecuentemente a solas porque sus padres estaban ocupados, o comían platos distintos a los de los adultos.
¿Qué pasa en nuestro país? “En el consultorio, uno ve que a muchas familias no logran reunirse a la hora de comer”, advierte Silvio Schraier, director de la carrera de Médicos Especialistas en Nutrición de la Universidad de Buenos Aires. Los chicos desayunan poco, almuerzan en el colegio, meriendan y hasta a veces cenan con la persona que los cuida porque sus padres tuvieron que quedarse más horas en el trabajo. La cosa se complica cuanto más grandes son los chicos. “Se perdió la costumbre de esperarlos con la comida. Muchos preadolescentes vuelven de sus actividades y encuentran la comida arriba de la cocina o, peor, se tienen que preparar algo ellos”, agrega Schraier. De ahí al snack, hay un solo paso.
Los especialistas coinciden en que hacer por lo menos una de las comidas diarias en familia es el primer consejo nutricional. También es una de las recomendaciones incluidas en las Guías de Nutrición Infantil del Ministerio de Salud. “Sentarse a comer con los hijos es fundamental para generar buenos hábitos alimenticios”, asegura Graciela González, presidenta de la Asociación Argentina de Nutricionistas y jefa de la División Alimentación y Dietoterapia del Hospital Fernández. El principio es casi el mismo que podría aplicarse a aprender a escribir: los chicos copian lo que ven, “es bueno que vean a los padres comer verduras y alimentos saludables. Y, fundamentalmente, que todos coman la misma comida y que ésta sea casera ”.
Ahí llega el otro problema: encontrar un plato que les guste a todos y que además sea saludable. Schraier apuesta a una comida combinada más que a una gran fuente: “siempre digo que hay que mirar a los orientales, que sirven la comida en bandejas de ingredientes y cada uno se sirve en su propio cuenco”. El nutricionista asegura que la solución calza perfecto para asegurar variedad de colores en las ensaladas: “puede que a alguno no le guste, por dar un ejemplo, la remolacha, pero siempre va a poder armar su cuenco con otras verduras. Y el plato principal se puede ir negociando día a día. Hoy comemos pollo porque te gusta a vos, mañana carne porque le gusta a tu hermano. Y así, de a poco, todos comerán variado”. No todo sale de una bolsa y se guarda en el freezer. La comida casera hace bien. Schraier asegura que los chicos deben participar en lo que pasa antes de que la comida llegue a la mesa: “está bueno que hagan las compras con sus padres, elijan qué comprar y cocinen con ellos”.
“Comer en familia, sentados a una mesa, charlando sobre lo que pasó en la escuela o en el trabajo, por cotidiano o natural que parezca, tiene un valor superlativo. Es la gran oportunidad que tienen los papás de enseñar qué, cómo y en qué cantidades comer”, agrega González. Además, ayuda a controlarlos. “Me pasa seguido en el consultorio que le pregunto a la mamá ‘¿qué almorzó el nene?’ y ella lo mira y le pregunta ‘¿qué comiste?’”, ejemplifica María Virginia Desatendina, de la Asociación Argentina de Nutrición Enteral y Parental.
Los papás deben saber qué comen sus hijos, aun cuando esa comida no la hagan con ellos. Y eso incluye las viandas que llevan al colegio: “deben incluir alguna fuente de proteínas, como un huevo duro o una milanesa; alguna verdura, que puede ser una ensalada; y algún producto con almidón, como una porción de tortilla. Y, por supuesto, tratar de que haya los menos snacks o prefritos posible”, explica González.
Hay familias que cumplen con la ceremonia de reunirse al pie de la letra. Los Biaggi, lo hacen cada domingo. Hoy la tradición une a tres generaciones: los nonos Hugo (90) y Liliana (89), que llegaron desde el Venetto italiano hace más de medio siglo; el hijo, Deni, y los nietos, Camila (34), Ludovico (23) y Cándida (13). Son un ejemplo de cómo se pueden combatir varios riesgos de enfermedades al mismo tiempo. “La obesidad está considerada una epidemia a nivel mundial. Y cada vez estamos viendo más chicos que son al mismo tiempo obesos y mal nutridos. También crece la prevalencia de patologías asociadas que antes eran muy poco comunes en los niños, como diabetes, colesterol e hipertensión”, asegura Desatendina.
La mirada de los otros también ayuda. “Si los papás no están, probablemente los chicos, sobre todo los más grandes, terminarán con su bandejita en la habitación comiendo mientras miran la tele o juegan a la play. Esto implica comer más rápido y, seguramente, mayor cantidad que en la mesa familiar”, asegura Desatendina. El tiempo que tardamos en comer está relacionado con el nivel de saciedad que logramos y la manera en que hacemos la digestión después: “comer parado en una esquina esperando que se haga la hora de entrar al colegio, no poder calentar la vianda que los chicos traen de sus casas o sentarse solo frente a la tele con un sándwich, no es lo mejor”.
En su libro “Saber Comer”, Michael Pollan, columnista de gastronomía en The New York Times , ofrece 64 reglas para aprender a comer. Entre ellas, no comer nada que no le parezca comida para abuelas.
Los especialistas aseguran que lo ideal es que la comida dure más de media hora, así como también comer de a bocados pequeños, masticar bien y sentarse a una mesa. Cuanta más gente haya, mejor. Algo que a ninguna de nuestras abuelas les hubiera parecido extraño.