Joe, de 63 años, dice que quiere pasar la última etapa de su vida “practicando escalada con amigos”, saliendo “de acampada, a pescar” y “jugando al golf”. Lo dice al tiempo que frota tiza americana en el extremo de su palo de billar. Mientras tanto, Dan, de 67, golpea la bola blanca con fuerza pero sin demasiado acierto. “Tengo miedo a quedarme en casa sin hacer nada porque eso sería el principio del fin”, suspira.
En la sala contigua, cinco mujeres conversan alrededor del tablero de un complicado juego de mesa. Lanzan los dados y hablan discretamente de la última fiesta que organizaron, hace apenas tres días. “Esto es como volver a la universidad. Aquí nos pasamos el día haciendo cosas, planeando, disfrutando de nuestro tiempo”, dice Cindy, una de las vecinas más jóvenes, de sólo 57 años. “Yo me vine después del 11 de septiembre porque tenía miedo, pero es lo mejor que he hecho”, recuerda Martha, de 74.
Estamos en Celebrate, un pueblecito al norte de Virginia donde todas las casas son casi iguales: de un solo piso para que nadie tenga que subir escaleras y organizadas alrededor de un vecindario impoluto, con el césped cortado como si se tratase de una maqueta, y sepulcralmente tranquilo. La constructora detrás del proyecto, DelWebb, está especializada en levantar de la nada “comunidades para personas adultas activas”, por utilizar la expresión de sus anuncios.
No hay niños corriendo por las calles, ni adolescentes jugando al baloncesto, ni parejas empujando el carrito de un bebé. Está vetada la juventud, en parte para que sus vecinos no se sientan viejos. Nadie con menos de 55 años está autorizado a comprar y habitar una casa; y los menores de 19 ni siquiera de visita pueden quedarse más de 60 días consecutivos. De tamaño medio (1.500 viviendas), Celebrate es una de las decenas de “comunidades senior” que proliferan en Estados Unidos desde hace dos décadas. Una de tantas en una industria multimillonaria y que, tras el pinchazo de la Gran Recesión, vuelve a crecer ahora con fuerza.
La más famosa se llama The Villages, se encuentra en Florida, tiene ya unos 100.000 habitantes (más del 70 por ciento son mujeres) y más terreno habitado que Manhattan. Sus residentes votan masivamente al Partido Republicano y disfrutan de su célebre vida nocturna, reputación que contribuyó a cimentar Leisureville, un divertido libro en el que su autor, Andrew Blechman, habla de ancianas con sugerentes escotes ligoteando en los bares, de intercambios de parejas, de orgías, de un mercado negro de Viagra y de una tasa de enfermedades de transmisión sexual superior a la de Miami (“nadie tiene miedo a quedarse embarazada y, por lo tanto, casi nadie se protege”).
En las páginas de su libro, Blechman retrata a gente como Frank, un “setentañero” que tuvo dos ataques al corazón, y cuya rutina en un día normal describe así: “Me coloco y juego a la videoconsola”. En uno de los bares de The Villages hay un cóctel que se llama “Sexo en la plaza” (una variación del famoso “Sexo en la playa”) en honor a Peggy, una rubia de 68 años que salió en los periódicos después de ser arrestada mientras copulaba detrás de un seto con su amante, un jovencito de 49. Mientras tanto, su marido (en silla de ruedas), dormía en casa. Según la Policía, no es un caso en absoluto aislado, aunque las parejas suelen ser más discretas y tratan de esconderse dentro de sus carritos de golf (el vehículo por excelencia en estas comunidades, sobre todo en los estados sureños, donde hace más calor).
Pasarlo bien
Los residentes de Celebrate, así como los de The Village, dicen que no es para tanto y denuncian que el libro de Blechman explota demasiado el aspecto sexual para vender más ejemplares. Pero reconocen que sus páginas tocan la esencia de lo que andan buscando: ya sea a través del sexo o de las partidas de cartas, en el campo de golf con amigotes o dando paseos por el campo con su pareja, quieren pasárselo bien durante los años que les quedan en lugar de esperar su hora encerrados en casa, solos, deprimidos y recordando el pasado. Al parecer, el hecho de no tener gente joven cerca, incluidos sus hijos y nietos, les ayuda a desinhibirse. “Prepárate para el mejor capítulo de tu vida” es el lema de Celebrate.
Y tampoco sale muy caro. En Celebrate el precio de las viviendas está ligeramente por encima de la media de la zona. Las casas más baratas, de unos 124 metros cuadrados con porche, se venden por menos de 160.000 euros. Las villas más caras, de casi 300 metros cuadrados y grandes jardines, superan los 300.000. Los residentes tienen que pagar también una tasa mensual que ronda los 300 dólares y que incluye el mantenimiento de los servicios. “En EEUU esto se consideran casas pequeñas. Muchos venden sus enormes casas, de más de 500 metros cuadrados y ganan dinero trasladándose aquí”, dice Denise Georgeson, residente de Celebrate y “embajadora” oficial del pueblo, encargada de enseñarlo a los forasteros.
“Lo mejor de estos sitios es la compañía, esto es como una gran familia. Cuanto más mayor te haces, más personas desaparecen de tu vida. Familiares, amigos, hijos, la gente se muere, se muda o se aleja. Y es más difícil hacer nuevos amigos porque estamos más aislados. Aquí en estas comunidades eso queda resuelto de golpe. En mi grupo somos 5 matrimonios fijos y muchos más que a veces se nos unen. Hacemos acampadas, excursiones de kayak, vamos a los pueblos de alrededor a cenar, al teatro… Mucha gente dice que no se lo pasaba tan bien desde la universidad”, comenta Georgeson.
Aunque algunos (una minoría) continúan trabajando, las comunidades senior no tienen las mismas necesidades, ni la presión, del resto de pueblos y ciudades. No hay oficinas, responsabilidades ineludibles, ni hora punta y todo está orientado a la diversión, el ocio y los cuidados médicos. Algunas comunidades ofrecen “entornos temáticos” (de todo tipo: desde homosexuales hasta religiosos, pasando por amantes del golf o la literatura), y la mayoría están orientadas hacia un estilo de vida determinado, algo pensado para atraer a personas afines y facilitar la socialización y la empatía. En Celebrate, por ejemplo, destaca el contacto con la naturaleza: rodeada de lagos y frondosos bosques, sus vecinos se enorgullecen de haber visto incluso una cría de oso merodeando por el lugar.
Un viaje del Imserso que no se acaba nunca
En el pabellón comunitario de Celebrate, sobre una mesa de madera colocada junto a la corchera de anuncios, hay una carpeta llena de papelotes ante la que los residentes guardan fila. Se trata del libro de actividades: decenas de propuestas todos los días. Actividades que se desarrollan en los salones, el campo, las pistas deportivas, el gimnasio o las piscinas. Existen clubes de música, de literatura, de salsa, de masajes, de cocina, de vóleibol, de gimnasia acuática, fotografía, ping-pong, kayak, senderismo… “Actividad, actividad, todo el rato, todos los días, lo importante es no pararse, porque si te paras se acabó”, explica Denise.
Quienes estudian las posibilidades del mercado senior estadounidense observan desde hace ya décadas un cambio radical en la manera de entender la jubilación de las generaciones que se retiran hoy, transformación que se ha agudizado en los últimos años.
“Si los comparamos con sus padres, es realmente un abismo. La generación del baby boom ha trabajado, pero ha disfrutado también mucho la vida, ha tenido diversiones y comodidades y no se quieren retirar y rendir tan pronto. Tienen aficiones y ganas de hacer cosas”, dice Rose Pepitone, consultora experta en consumo senior de Maryland.
“La mayoría se sienten todavía jóvenes y con fuerzas de hacer cosas. No se quieren ir a un geriátrico ni quedarse en casa sin hacer nada pendientes de sus hijos y sus nietos. Quieren seguir teniendo una vida activa y en estas comunidades se les da esa oportunidad”, asegura Pepitone. “Creo que el modelo llegará al resto del mundo a medida que se vaya globalizando ese cambio de mentalidad, cuando se empiecen a retirar las primeras generaciones que han tenido ocio en sus vidas y no sólo trabajo y familia”.