El árbol y los bosques

Detrás de lo ocurrido con la fallida consulta popular del domingo pasado, hay conclusiones que sacar. También, algún consejo que dar: que los protagonistas no dejen que el árbol les tape sus propios bosques, pues no son pocos ni todos están vinculados con el hecho central.

imagesPasadas las horas y tranquilizadas las histerias de último momento, tal vez sea  ocasión de analizar con alguna serenidad lo ocurrido en torno a la consulta popular. Recordemos: fue convocada por el Intendente para que los marplatenses resolvamos si queremos una policía municipal y si estamos dispuestos a afrontar el costo económico que ello significa, a partir del pago de un aumento en las tasas que ya aportamos al erario comunal. Y note el lector que, a pesar de todo lo sucedido, seguimos utilizando el tiempo presente para hacernos estas preguntas. Sería una verdadera lástima que el debate se cerrara sin que los habitantes de Mar del Plata pudiesen, por el “Sí” o por el “No”, dar su opinión acerca de la cuestión planteada.
Tal vez aún no sea momento para que la gente tome verdadera conciencia de lo que pasó: no es tan importante el eventual resultado que hubiese dado a luz esa noche; sí lo es que en un país traspasado por el autoritarismo de las mayorías circunstanciales, alguien se tome el trabajo de preguntarnos si queremos o no que alguna cosa siga adelante. Y eso, nuestro derecho a opinar, es lo que terminó sepultado pocas horas antes de la consulta, de la mano de un fallo judicial que tal vez no sea “legalmente” cuestionable pero que carece de una verdadera legitimidad de origen. Todas las carencias e irregularidades formales que señala estaban palmariamente expuestas al mismo momento de presentarse la acción. Por tanto, no cabe duda acerca de la intencionalidad política de esperar a último momento para darlo a conocer. La intención del magistrado, identificado políticamente con el partido principal de la oposición, era detener el acto electoral. No obedeció a una voluntad republicana de permitir que se subsanen tales falencias; lo que hubiese sido posible de conocerse el úcase con tiempo suficiente.
Tal vez por eso en las tiendas radicales se festejó “como si se hubiese metido un gol” (al decir del propio Pulti). Efectivamente, al conocerse el fallo no quedaba tiempo ni siquiera para sacar la pelota del medio. Fue un gol  conseguido con la sospechosa complicidad de un jugador del equipo contrario. ¿Del oficialismo? No. De las instituciones de la república tan en riesgo, al buen decir de los dirigentes de la UCR, cultores en este caso del “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”. Lamentable como antecedente, y mucho más como conclusión.
Queda claro que la Argentina se ha convertido en una máquina leguleya, que suplanta al arte de gobernar y equilibrar que es y debería ser siempre la política. Mar del Plata no es la excepción. Y cuando alguien plantea lo contrario, es decir, la participación de la gente, la corporación que se adueñó del país le recuerda que eso -si no es por medio de la militancia rentada, las mentes alquiladas y los acuerdos de cúpula- se ha convertido en un pecado mortal cuyo castigo estará siempre al alcance de la mano.
Es posible que el “No” se hubiese impuesto en la jornada del domingo. Todo hace suponer que algunos defectos comunicacionales del Ejecutivo y una machacona y constante campaña de la oposición podrían haber llevado a muchos marplatenses a poner en las urnas el resultado de sus dudas, sus estrecheces económicas y su desconocimiento sobre tiempos y detalles operativos que no fueron debidamente abordados por los defensores de la idea.
Tal vez, Pulti haya llegado a un punto de inflexión de su carrera política y este “traspié” lo obligue a replantearse algunas cosas. Es factible que, habiendo fundado una fuerza política como Acción Marplatense y luego de conseguir el gobierno de la ciudad y la mayoría absoluta en el HCD, tenga que replantearse si es hora de abrir las compuertas a una dirigencia partidaria más preparada, más comprometida, más estudiosa del fenómeno de la comunicación social. Una dirigencia, además, menos dependiente de que “el jefe” acierte siempre con el discurso y con la forma de transmitir ideas.
Porque para los opositores, esta cuestión de la consulta se convirtió en algo demasiado fácil: era a favor de Pulti o en contra de Pulti. Y Pulti aceptó el convite. Se jugó personalmente, trasegó barrios e instituciones explicando su propuesta y terminó apareciendo ante lo ocurrido como si se hubiese tratado de una derrota personal, cuando en realidad no lo fue. Institucionalizar al “partido de la ciudad” parece, entonces, un desafío que marca su propia posibilidad de continuidad como opción ciudadana.
Con Pulti alcanzó para nacer, llegar y consolidar poder político. Pero, ¿alcanza para trascender en el tiempo? Más allá de las excepcionales condiciones políticas de su fundador, la respuesta es “no”. Como fue “no” con el Partido Intransigente de Oscar Allende. Cómo fue “no” con la UCEDE de Álvaro Alsogaray. Como fue “no” con el FIP de Abelardo Ramos. O como fue “no” con el MID de Arturo Frondizi. Todos, grandes políticos, lúcidos organizadores y fundadores. Todos, creadores de fuerzas que no se institucionalizaron ni soportaron la muerte de sus creadores. Porque no todos los partidos están dispuestos a prostituir sus ideas y a acomodarlas a cualquier circunstancia, como lo hace el peronismo, para asegurar su subsistencia.
El Intendente deberá reflexionar y comprometer a los suyos en una acción mucho más dedicada a concientizar a los marplatenses acerca de los objetivos y las propuestas que a mirar de soslayo y con alguna altanería a los opositores.
Porque en última instancia, la vida de los ciudadanos  no pasa por la pequeña cosa de las rencillas palaciegas, aunque tantas veces quede presa de las mismas.
Perdimos una oportunidad tal vez irrepetible, la de exponer nuestra opinión y que se convirtiese en decisión. Pulti pudo haber decidido sin convocarnos, ya que tenía la mayoría absoluta para votar afirmativamente por la formación de la policía comunal y el aumento de tasas para sostenerla. Sin embargo, quiso preguntarnos. Y nosotros queríamos responderle. Pero alguien trabajó para que no pudiésemos hacerlo. Y ese alguien ganó, y festejó. Me parece que no nos dimos cuenta.