El sindicalismo en armas

Un modelo en crisis. En la izquierda, las divisiones no dejaron de existir jamás. Sin embargo, se observa más vocación para realizar acciones en conjunto, que en otras etapas de la historia reciente sería impensada.

¿Unidad de criterios? ¿Inteligencia estratégica? ¿Percepción de avance cuantitativo? Puede haber algo de todo eso. Pero lo que surge claramente es la oportunidad de captar a los enojados y a los dejados al costado del camino. A partir de abril, comenzó a observarse un notable aumento de la incidencia de los grupos de desocupados y cesanteados en el escenario del conflicto social de la Argentina. Es el resultado de la abrupta caída de la actividad económica en el último trimestre, principalmente en los sectores metalúrgico y automotor.
El fuerte protagonismo de estos grupos no se observaba desde la grave crisis de 2001-2002, cuando la tasa de desempleo superó el 20 por ciento y disparó una ola de protestas de este tipo. A la par del proceso de crecimiento económico que se dio en la última década, las manifestaciones de desocupados mermaron de manera ostensible, aunque nunca desaparecieron. A partir de 2002, muchos grupos de desocupados se articularon y se transformaron en organizaciones sociales de izquierda. Es el caso de la Unión de Trabajadores Desocupados (UTD) de Salta, derivada de la Corriente Clasista y Combativa (CCC).
Mientras tanto, las viejas estructuras sindicales, cuyo aporte fue fundamental para la transición encabezada por Eduardo Duhalde, supo replegarse prudentemente de la mirada pública; y esperar, en los pliegues del poder, el momento de retornar al centro del escenario. Aunque sin dejar de ver con el rabillo del ojo a los nuevos sindicatos de base, que no estaban dispuestos ya a ceder el terreno conseguido durante la convulsión.
Superada la emergencia por los puestos de trabajo, estos grupos incorporaron a su agenda reivindicaciones salariales y laborales para actividades como construcción, agro e hidrocarburos. Y lo hicieron con un sello distintivo: la práctica del piquete como mecanismo de presión permanente sobre gobiernos y empresas. Además de Salta, provincias como Jujuy, Misiones, Neuquén y Santa Cruz padecieron de manera constante durante los últimos años la acción de los grupos de desocupados.
Ahora bien, más allá de la cercanía ideológica, poco tienen que ver las organizaciones sociales de desocupados de Salta con los sectores que se manifiestan actualmente en las plantas automotrices y metalúrgicas de Buenos Aires, Córdoba, Mendoza o Santa Fe.
En dichos casos se trata de facciones sindicales vinculadas con fuerzas político-partidarias de extrema izquierda, como el Partido Obrero (PO), el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), el nuevo Movimiento al Socialismo (MAS) y el Movimiento Socialista de los Trabajadores (MST). Aparte de reclamar por los despidos y suspensiones, desde hace años estas agrupaciones vienen cuestionando con métodos violentos el modelo sindical vigente, basado en el unicato.
Si bien las facciones de izquierda todavía son minoritarias en la mayoría de los gremios, con la ola de despidos y suspensiones a estos sectores se les presenta un contexto inmejorable para expandirse y arremeter contra los desgastados jerarcas sindicales del peronismo ortodoxo.
Para colmo, se trata de una estructura sindical socavada por las duras pujas entre kirchneristas y opositores. En ese sentido, hasta el hijo del camionero Hugo Moyano, Facundo, presentó un proyecto de ley para “democratizar” a los gremios. De avanzar en el Congreso, no sería más que legislar lo que la Corte Suprema de Justicia de la Nación ya le reconoció a la CTA mediante un histórico fallo en 2008.
En la izquierda, las históricas divisiones no dejaron de existir, ni mucho menos. Sin embargo, se observa mayor vocación para realizar acciones en conjunto, con un PO fortalecido tras el importante crecimiento electoral obtenido en los comicios del año pasado.
En definitiva, ¿estarán dadas las condiciones para que cruja definitivamente el modelo sindical?
Todo parece indicar que sí. Pero la experiencia argentina enseña que la vieja dirigencia mantiene intacta su capacidad de negociación, hacia adentro y hacia afuera de la vida gremial. Y que en el momento justo sabe cambiar de rumbo para “subirse a los nuevos tiempos”.
Una manera de cambiar, para que nada cambie.