Con ayuda del Gobierno colombiano, los combatientes de las FARC desmovilizados cuentan como es la vida de la lucha armada, en el medio de la selva. El programa ofrece ayuda económica y psicosocial a cambio de información.
Claudia Roa, una excombatiente de las FARC cuenta su experiencia desde los 14 años, cuando abandonó a sus padres y a sus cinco hermanos en Puerto Inírida, Colombia, para unirse a la lucha guerrillera de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Un día un grupo de guerrilleros llegó a su pueblo, le dijeron que le ayudarían a terminar sus estudios de primaria, que ayudarían a su familia y ella decidió dejar todo e irse con ellos.
Al año siguiente, estaba en la selva y embarazada. Roa cuenta que los jefes de su unidad la hicieron abortar a los ocho meses de gestación, en una operación que se hizo en el medio de la selva. Tardó 10 años en volver a ver a su familia. “Se me partió el alma cuando vi que era todo mentira. Todos los días pedía perdón por lo que había hecho a mi mamá, que sufrió muchísimo”.
Roa se integró en un programa gubernamental iniciado en 2003 que hoy en día tiene a 31.000 personas de todos los grupos armados, según la Agencia para la Reintegración. El programa ofrece ayuda económica y psicosocial a cambio de información. El Gobierno trata de prevenir el reclutamiento de nuevos efectivos en la insurgencia. Según el último informe de gestión del Ministerio de Defensa, unos 2.000 miembros de las FARC se desmovilizaron entre septiembre de 2011 y agosto de 2013. En el mismo periodo, 682 murieron en enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.
Claudia Roa estuvo en el Frente 16 y luego en la zona fronteriza con Venezuela, en un campamento donde manejaba la radio. Después del primer aborto, Roa cuenta que volvió a quedar embarazada en la selva el año pasado y la obligaron nuevamente a abortar cuando estaba de seis meses. Según ella, cree que le dieron algún veneno en la comida, porque se negó a una operación, corriendo el riesgo de ser fusilada. Después de perder al niño, su grupo la llevó a un hospital por los dolores y la infección consecuencia de una nueva operación en la selva. Allí logró huir a la ciudad de Arauca. El pasado 13 de septiembre se contactó con el Ejército colombiano y gracias al programa de reinserción, se reunió con su familia en Bogotá. Su padre no la reconoció.
En Ituango, en la otra punta del país, Medardo Maturana, de 53 años, se encontró con el Ejército después de un mes planeando la huida y 15 horas cabalgando por la selva. Maturana estudiaba Sociología y estaba metido en el ambiente comunista de la Universidad. En la guerrilla, Maturana era un intelectual, que se ocupaba del trabajo con las comunidades campesinas. “Yo salí de la guerrilla sin un rasguño. Los mandos nunca me arriesgaron en combate”.
En dos décadas en la guerrilla vio un alcoholismo generalizado en los mandos, abusos a las guerrilleras, acuerdos con los criminales para mover coca. “Las FARC se han convertido en los protectores de la coca”, asegura, y controlan zonas enteras donde sólo ellos pueden acceder a la producción. “Compran al campesino el kilo por dos millones de pesos y lo venden por 2,5” a los narcos. Ahora quiere seguir estudiando, y conseguir que su compañera acabe el bachillerato. Lo que más le ha afectado es ver a su madre “tan deteriorada, después de media vida allá”.
El Gobierno colombiano intenta desde hace un año, tratados de paz con altos representantes de las FARC. Los diálogos se desarrollan en La Habana y hasta el momento avanzan muy lento. Maturana asegura que “dentro de las FARC todo sigue igual”. “En los frentes de las FARC se dice una cosa y en Cuba otra. Si reproducen internamente el discurso de La Habana, la gente se iría más rápido”, dice. Aun así, Maturana cree que “la guerrilla va a tener que cumplir. No le queda otra salida. El mundo está pendiente”.