“Hay una cepa virulenta de dirigentes que ha instrumentalizado la pandemia para socavar los derechos”

Amnistía Internacional denuncia que la Covid-19 ha servido de excusa para restringir libertades y acallar voces críticas.

Los marginados han sufrido y sufren las peores consecuencias de la pandemia en el mundo. Lo subraya la organización Amnistía Internacional (AI) en su recién publicado Informe Anual, que analiza la situación de los derechos humanos durante 2020 en un contexto marcado por el coronavirus. Las personas refugiadas, las minorías étnicas, las mujeres, los trabajadores en primera línea de la crisis y las personas empleadas en el sector informal han sido las principales víctimas de la trágica irrupción del virus.

“La pandemia ha sido un elemento devastador sobre los derechos humanos pero fundamentalmente lo ha sido porque ha habido decenios de políticas divisivas, demonizadoras, hemos visto décadas de políticas de austeridad desacertadas y años de decisiones oficiales de no invertir en infraestructuras públicas deterioradas. Toda esa situación, con la llegada de la pandemia, ha hecho que demasiadas personas hayan sido presa fácil del virus”, explica a EL MUNDO.es el director de Amnistía Internacional en España, Esteban Beltrán. “Todos estos grupos, que son millones de personas, han sido traicionados por unos sistemas de salud desatendidos y un apoyo económico y social muy desigual”, añade.

La Covid-19 mató a, al menos 1,8 millones de personas en todo el mundo en 2020. Según las conclusiones de la ONG, el coronavirus y este elevado número de víctimas pudieron multiplicarse gracias, en parte, a un entorno global de desigualdades más amplias y profundas dentro de los países y entre ellos.

Así, la pandemia ha aflorado las grandes desigualdades sistémicas a nivel planetario. La emergencia sanitaria y las políticas de austeridad y de falta de inversión han desbordado los sistemas de atención primaria, ya deficientes, exponiendo al personal sanitario y abandonando a su suerte a las personas mayores que viven en residencias y a las que viven con necesidades de salud más acuciantes, destaca el dossier.

Para AI, “la pandemia ha puesto en evidencia el terrible legado de unas políticas deliberadamente divisivas y destructivas, que perpetuaron la desigualdad, la discriminación y la opresión y prepararon el terreno para la ruina causada por la Covid-19”. El estudio abarca de forma exhaustiva 149 países y analiza las tendencias observadas en el mundo por regiones. Beltrán destaca cómo el continente americano, por ejemplo, ha registrado el mayor número de trabajadores sanitarios infectados por la enfermedad en el mundo: unos 570.000 profesionales de la salud. “En la mitad de los 149 países que hemos documentado, las medidas gubernamentales tuvieron consecuencias discriminatorias para todos los grupos marginados”, señala.

“LIDERAZGO TÓXICO”

Un planeta cuyos líderes no han estado a la altura y que por norma general “han sacado despiadadamente provecho de la crisis utilizando la pandemia para reanudar sus ataques a los derechos humanos”, resuena en las páginas del informe. Es lo que AI llama “liderazgo tóxico”.

“Hay una cepa virulenta de dirigentes que se ha limitado a instrumentalizar la pandemia para socavar los derechos. Hemos visto ataques a la libertad de expresión en Hungría, en los países del Golfo. También se ha utilizado la pandemia para seguir reprimiendo críticas no relacionadas con el virus en India, donde el primer ministro estableció medidas antiterroristas para irrumpir en hogares y oficinas; y en China, donde se ha seguido persiguiendo al pueblo uigur”, enumera el director de la ONG para España.

En medio de la crisis sanitaria, los líderes mundiales se han caracterizado por el “oportunismo y el desprecio absoluto a los derechos humanos” y han utilizado la pandemia de excusa para restringir derechos y acallar voces críticas. Algunos dirigentes no han dudado en recurrir al uso de la fuerza. Como el presidente filipino, Rodrigo Duterte, que ordenó a la policía “disparar a matar” contra quienes protestaran o causaran problemas durante el confinamiento. O como el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, cuyo gobierno aumentó la violencia policial: de enero a junio de 2020, los agentes del orden mataron a al menos 3.181 personas en todo el país, una media de 17 personas al día, según datos de la ONG. Nigeria, Bielorrusia, Chile o Hong Kong son más ejemplos de cómo se reprimieron las muestras de disidencia.

De la frustración de la población y del sentimiento de haber sido defraudados por sus gobiernos, en todos los rincones del mundo han surgido movimientos de protesta o bien se han impulsado otros que ya existían, como es el caso de las manifestaciones de Black Lives Matter o las acciones por la igualdad de las mujeres. “La única esperanza ha venido de los movimientos de protesta de la población defraudada”, opina Beltrán.

LA COOPERACIÓN INTERNACIONAL, EROSIONADA

A nivel global, la cooperación entre países se ha visto erosionada por la “guerra de las vacunas” donde algunos dirigentes de países ricos acapararon la mayor parte de los suministros para dejar prácticamente sin acceso a ellos a otros países y critica su “cuasimonopolio del suministro mundial de vacunas”. El informe reprueba la decisión tomada por Donald Trump en plena pandemia de retirar a EEUU de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que “demostró un flagrante desprecio hacia el resto del mundo”. Y cita el caso de Israel, que pese a su estrategia de vacunación aclamada mundialmente, “discriminó a los casi cinco millones de palestinos y palestinas que viven bajo la ocupación militar israelí en Cisjordania y Gaza, en contra de la obligación de Israel, como potencia ocupante, de garantizar medidas preventivas para combatir la propagación de epidemias”.

Beltrán recuerda que 90 países han introducido restricciones a la exportación de suministros médicos y cómo no se ha presionado a las farmacéuticas para que compartan el conocimiento sobre las vacunas y liberen sus patentes, en una actitud que califica de “nacionalismo de vacunas” en un contexto de debilitación de la cooperación internacional y de las organizaciones multilaterales como Naciones Unidas. “Mientras esto no se rompa desde el punto de vista de la cooperación no se va a poder resetear el mundo. Mientras haya lugares donde la pandemia se extiende va a ser una amenaza para ese país pero también para toda su región y para toda la comunidad internacional”, concluye.

“La única salida posible de esta desastrosa situación es la cooperación internacional. Los Estados deben garantizar la rápida disponibilidad de vacunas para todas las personas, en todas partes, y que sean gratuitas en el lugar donde se administren. Las empresas farmacéuticas deben compartir sus conocimientos y tecnología para que nadie se quede atrás. Y los miembros del G-20 y las instituciones financieras internacionales deben aliviar la deuda de los 77 países más pobres del mundo para que puedan combatir la pandemia y recuperarse de ella”, advierte Agnès Callamard, la recién nombrada secretaria general de Amnistía Internacional, en la introducción del documento.