La tormenta perfecta

Noticias llegan de tierras lejanas: República de Malí, tropas francesas, tuaregs separatistas, extremistas islámicos, rutas de narcotráfico, minas de oro. No es fácil comprender lo que sucede, desde tan lejos. Quizás ni siquiera lo comprendan ellos, que lo están padeciendo.

Sahara Desert, Southern AlgeriaEl Magreb es un territorio de cuentos. Ciudades con nombres cinematográficos como Tombuctú llenan nuestra mente de imágenes exóticas. Cuando pensamos en los tuareg, los imaginamos con sus turbantes azules conduciendo una caravana de camellos en el inmenso desierto. Una imagen muy romántica y algo distante de la realidad actual. Los tuareg, u “hombres azules” como se los conoce, son una minoría dentro de la multicultural República de Malí. Y ésta, uno de los tantos inventos geopolíticos del Occidente Cristiano en África, a la que dividieron a su leal saber y entender sin tener en cuenta etnias, costumbres, historia, idiomas ni religiones.

Fueron ellos quienes comenzaron con una revuelta que se propuso separar la región norte del país, la más desértica, y convertirse en una nación independiente de religión islámica. La mayoría de los que iniciaron este movimiento eran soldados más bien laicos; cansados, decían, de la segregación que sufrían por parte de los altos mandos de las Fuerzas Armadas y de los gobernantes del país.

Los grupos que dominan la región del norte implantaron un sistema talibán con la excusa de proclamar la ley islámica. En realidad, buscan controlar el mercado de la droga, un verdadero cáncer del país.

Desde ese momento, todo se desmadró. Hoy el país vive varias crisis paralelas. Crisis política, ya que todas las instituciones están en peligro desde el golpe de Estado de marzo de 2012, que produjo el derrocamiento del presidente Amadou Touré. De seguridad, con un ejército desmoralizado, sub-equipado y con generales que ya no usan uniforme. Territorial, pues es un país partido en dos, con un Norte controlado por movimientos islamistas que se sumaron a la rebelión tuareg y terminaron desplazándolos; todo, sobre un trasfondo de criminalidad de fronteras. Y por último, una gran crisis humanitaria, con casi un millón de personas entre refugiados y desplazados.

El pasado 11 de enero, Francia decidió finalmente intervenir en Malí por tiempo indeterminado. Según su gobierno, para evitar la creación de un “Estado terrorista” a pocos kilómetros del territorio europeo. No es extraño. Desde la década del ’60, el país galo ha llevado a cabo más de veinte intervenciones en las zonas africanas que alguna vez formaron parte de su territorio colonial, y que aún sigue considerando casi de su propiedad.

Esta vez, y ante el peligro de que los grupos islámicos tomaran el control de las principales ciudades, no se hizo esperar y acudió al llamado del gobierno de transición de Malí. Los diferentes grupos que dominan la región del norte, desde el pasado mes de abril, han implantando un sistema talibán con la excusa de proclamar la ley islámica desde una visión rigorista. En realidad, lo que buscan es controlar el mercado de la droga, un verdadero cáncer del país.

Hace siete años, desde que se asentó en el desierto del Sahel, la mayor inquietud que se despertó en el seno del antiguo grupo GSPC argelino (hoy, supuesto brazo de Al Qaeda) fue el reparto del negocio de la droga como primera fuente de financiamiento de la yihad. Actualmente, la droga es el motor económico de toda la región, y los réditos económicos generados a raíz del narcotráfico provocaron el hundimiento de Malí hasta convertirlo en un Estado fallido y sin miras de una solución a largo plazo.

No pocos afirman que la verdadera preocupación del debilitado poder militar maliense no es tanto la inseguridad en la región del norte o la inestabilidad política, sino la ausencia de orden en la zona que está bloqueando la distribución y la repartición de los beneficios del narcotráfico. Un negocio que,  hasta no hace mucho, manejaban a su antojo.

Uno de los canales de entrada de la droga en Europa es el Golfo de Guinea. Se cree que allí desembarcan entre 50 y 70 toneladas anuales de cocaína producida en América Latina. Atravesando el desierto del Sahel, llegan a Marruecos o Libia y siguen camino hacia el Viejo Continente. Los islamistas pretenden cobrar un impuesto por permitir que las redes de narcotraficantes utilicen el territorio que ellos controlan. Y si los narcos solicitan protección militar, los miembros de estos grupos colaboran a cambio de una compensación económica.

Son los mismos que, en nombre de Alá, luchan por la instauración de un Estado islámico en el norte de Malí. Los mismos que pretenden, desde allí, islamizar el resto de África frente al imperialismo occidental. Son los que hacen uso de las prostitutas en la ciudad de Bamako y consiguen importantes réditos económicos facilitando el terreno a los varones de la droga.

Esos mismos personajes, en nombre de la sharía (ley islámica) cometieron todo tipo de tropelías. En las principales ciudades del país, como Ansongo, Gao y Timbuctú, realizaron  amputaciones, lapidaciones, asesinatos y  flagelaciones públicas a golpe de latigazos. Fumar un cigarrillo, escuchar música, consumir alcohol, una conversación entre hombres y mujeres o mostrar el pelo podían representar entre diez y cincuenta azotes. El acto de robar y el vandalismo se castigan con la amputación; y las relaciones sexuales fuera del matrimonio, con la lapidación.

Cuando abandonaron Gao y Tombuctú, frente a la llegada de las tropas francesas, incendiaron bibliotecas que contenían manuscritos históricos. “Es alarmante que esto haya ocurrido”, afirmó el alcalde de Tombuctú, Ousmane Halle desde Bamako, capital de Malí. “Incendiaron todos los manuscritos antiguos importantes. Los libros antiguos de geografía y ciencia. Es la historia de Tombuctú, de su pueblo”, recordó.

Los africanos que pelean del otro lado tampoco son santos. A medida que van recuperando parte del territorio que había quedado en manos de los tuareg o los extremistas islámicos, van martirizando a las poblaciones locales, ya que las consideran cómplices de los rebeldes. La ONU informó recientemente que logró documentar numerosas violaciones de los derechos humanos en Malí; crímenes como ejecuciones extrajudiciales, violaciones y torturas, tanto por parte de los grupos islámicos armados del norte como de las fuerzas gubernamentales.

pag.10 bLa fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (CPI), Fatou Bensouda, exigió esta semana a las autoridades de Malí que pongan fin a los supuestos abusos cometidos por sus soldados. Y recordó a todas las partes del conflicto que sus actos pueden ser juzgados por el tribunal con sede en La Haya.

París espera que los más de 6.000 soldados africanos de la Misión Internacional de Ayuda a Malí (MISMA, por sus siglas en francés) le den el relevo a sus tropas lo antes posible y aseguren de forma permanente la integridad territorial de su excolonia. “Estamos ganando la batalla de Malí”, dijo François Hollande. “Pero en el norte del país hay terroristas escondidos que pueden llevar a cabo actividades extremadamente peligrosas para los países vecinos”, alertó.

No será fácil que las tropas africanas mantengan la paz una vez que los europeos se retiren. Son muchas las variables en juego, religiosas, étnicas y  criminales. Y todo eso, a las puertas del Viejo Continente.

Apoyo económico

pag.10 cEl problema que ha retrasado el despliegue de las tropas africanas es financiero. Se estima que el operativo de seguridad, que va a durar un largo período, costará más de 300 millones de euros. El mayor donante será Japón, sensibilizado por la muerte de diez trabajadores nipones en el asalto a la planta de gas en Argelia; aportará 89 millones de euros. Estados Unidos concederá 71 millones en ayuda militar, el doble de lo anunciado al principio de la intervención. La Unión Europea prometió 50 millones; la Unión Africana, unos  35. Francia añadirá 47 millones suplementarios al coste de la Operación Guepardo, según precisó desde la capital etíope el ministro de Exteriores, Laurent Fabius.

Desde Nueva York, el Fondo Monetario Internacional anunció que desbloqueará un préstamo rápido a Bamako por 13,7 millones de euros para “preservar la estabilidad macroeconómica y el crecimiento durante los próximos 12 meses”.

 

Sólo en el siglo XXI

Ya en 2002, las fuerzas francesas intervinieron en África para ayudar a occidentales atrapados en un levantamiento militar que pretendió dividir Costa de Marfil. En 2003, en la actual República Democrática del Congo, la operación Artemis aseguró la zona norte y puso fin a las masacres antes del despliegue de 2.000 cascos azules, de los que el 80% eran franceses.

En 2004, destruyen en Costa de Marfil la pequeña fuerza aérea del país, luego  de que las fuerzas gubernamentales bombardearan una base francesa. En 2008, una nueva intervención francesa reforzó el régimen del presidente del Chad Idriss Deby y evacuó a los extranjeros durante los ataques de los rebeldes llegados desde Sudán.

En 2011, en Libia, los aviones franceses fueron los primeros en bombardear a las fuerzas de Gadafi en el mes de marzo, tras el voto a favor de la ONU. La OTAN tomó el mando de la misión global el 31 de marzo, lo que permitió a los rebeldes libios hacerse del poder.

En 2011, también en Costa de Marfil, las fuerzas francesas inclinaron la balanza del lado de las fuerzas de la ONU en la guerra civil que estalló después de que Laurent Gbagbo se negara a dimitir, tras ser derrotado en las urnas.