Patente de imbécil

Creo que fue Albert Einstein quien dijo que hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y de la primera no estaba del todo seguro.

Hoy he visto la estupidez humana en una de sus máximas y más puras expresiones. Iba cruzando la calle, y de repente me dio paso una camioneta que al volante llevaba a un señor, y en su falda, entre el volante del vehículo y él… ¡un bebé! Un bebé, ¿me entiende? Un aspirante a persona que no comprende no sólo el sitio en el que lo ubicaron en un algo que se mueve y lo traslada, sino alguien que obstaculiza, involuntariamente, cualquier maniobra tan imprevista como necesaria que pueda tener que hacerse en cualquier esquina, en cualquier calle.
No podía dar crédito a mis ojos. Dije un montón de cosas sin filtro para mis adentros, e hice un gesto inequívoco para mis afueras, de lo cual el señor ni se notificó. Es que la imbecilidad tiene también esa particularidad: quienes lo “disfrutan”, no advierten su “don”. La gente disfuncional no comprende su disfuncionalidad; les parece normal, porque algo que jamás hacen es mirar lo que ocurre a su alrededor.
Seguro que si cualquiera se sentara, minutos después, con ese señor, a tener una charla amena en un café, él tendrá al nene encima, le hará un montón de monigotadas, le concederá todo lo que pide, lo acariciará y lo mirará embobado. No me extrañaría. Lo que verdaderamente me extraña es la distancia que hay entre decir que se ama, se cuida, se protege, y hacerlo realmente. Llevar una criatura en un auto detrás del volante, en el asiento de adelante, en los asientos de atrás sin el cinturón puesto, o permitirle al niño que vaya parado entre los asientos, es no quererlo. No importa el discurso. Importan los hechos, y los hechos dicen que no es posible amar y poner la vida del chico en riesgo a cada metro que el auto recorre. Ese nivel de inconsciente irresponsabilidad es probable, posible y hasta previsible en un adolescente, cuando la vida reviste la inmortalidad más absoluta. Pero no después de los 40: si a esa altura no sabés que no sos inmortal, que no sos irrompible y que nadie lo es, sos decididamente idiota. Sin remedio.
Tanta idiotez con patente de padre, madre, abuelo, tío, me espanta.