Está acusado de siete delitos, incluyendo obstrucción de un procedimiento oficial, cinco cargos de declaraciones falsas y manipulación de testigos.
El asociado de Donald Trump durante su campaña en 2016 Roger Stone, ha sido acusado formalmente por un jurado por los cargos presentados por el abogado especial Robert Mueller. Ha saido arrestado por el FBI este viernes por la mañana, según ha informado su abogado a la cadena CNN.
Stone, que ayudó a Trump durante su campaña electoral en 2016, está acusado de siete delitos, incluyendo un cargo de obstrucción de un procedimiento oficial, cinco cargos de declaraciones falsas y un cargo de manipulación de testigos.
La policía registró la casa de Stone sobre de las 6 a.m. en Fort Lauderdale, Florida.
QUIEN ES ROGER STONE
Según Roger Stone, el pérfido protagonista de la serie House of cards, Frank Underwood, está inspirado en el expresidente de Estados Unidos Lyndon B. Johnson. Una teoría basada en el maquiavelismo del personaje interpretado por Kevin Spacey. Pero si algún perfil encaja como un guante en esta producción televisiva que narra magistralmente las intrigas de la política de Washington es el del propio Stone en la vida real: una especie de Rasputín en versión norteamericana con porte de dandy británico.
Nacido hace 63 años en Norwalk (Connecticut), el asesor que plantó a Donald Trump en pleno ascenso tras el enésimo comentario misógino del potentado –insinuar que las preguntas hostiles de una presentadora se debían a que tenía la menstruación–, no tiene nada de guerrero del antifaz. Su trayectoria lo sitúa más bien en el lado oscuro de la fuerza. Sin embargo, al parecer, incluso para este estratega político e influyente lobbista conservador de acreditado cinismo, Trump –que asegura que ha sido él quien ha despedido a Stone– traspasó la línea roja. En la carta de dimisión dirigida al empresario con quién durante 30 años ha mantenido una amistad “personal y política”, lamenta que el mensaje que le llevó a encabezar los sondeos –Construye una América grande de nuevo– “se ha visto desplazado por peleas mediáticas provocativas”.
Si de algo sabe Stone, aparte de repartir carnets de elegancia en sus artículos de The New York Times como experto en moda masculina, es de campañas electorales. La primera la libró en el colegio a favor de John F. Kennedy: “Recuerdo que iba a la cola de la cafetería y contaba a cada niño que Nixon estaba a favor de la escuela el sábado… Fue mi primer ardid político”. Y también la única vez que apostó por un demócrata. Ya en la Universidad, para desplazar al presidente del consejo estudiantil, no demostró muchos escrúpulos. “Construí alianzas y puse a todos los rivales serios en mi lista. Entonces recluté al tipo más impopular para que se presentara en contra mío. ¿Cree que es mezquino? No, es inteligente”.
El equipo de Nixon se fijó en el avispado joven y lo reclutó para su campaña por la reelección (1972). Stone reconoce que, en esa época, de día escribía discursos y, de noche, “traficaba en las artes negras” para un gabinete “obsesionado con la inteligencia”. En su libro Los secretos de Nixon, publicado en el 2014, ofrece su versión del Watergate, el escándalo de espionaje que forzó la dimisión del presidente y que califica de “golpe de Estado”. Según Stone, Nixon fue víctima de una manipulación porque quería dar a conocer el papel que jugó la CIA en el asesinato de JFK y la invasión de Bahía Cochinos. Un año antes, en El hombre que mató a Kennedy: el caso contra LBJ, acusó directamente a Lyndon Johnson, sucesor del popular presidente demócrata, de estar tras la conspiración para matar a Kennedy.
A raíz de la caída de Nixon, la carrera de Stone atravesó un bache al ser identificado por algunos medios como el hombre que estaba tras jugadas sucias de la Casa Blanca. Fue rescatado para la campaña de Ronald Reagan, en la que jugó un papel muy activo pero no cayó muy bien a la primera dama, Nancy. ¿La razón? No siempre llevaba calcetines.
En 1998 tuvo que dimitir como portavoz de la campaña de Bob Dole, centrada en denunciar la crisis moral en América, después de que el National Enquirer descubriera que él y su segunda esposa, Nydia –una bomba cubana-, pusieron anuncios en internet buscando compañeros sexuales para participar en orgías.
El despacho de este conservador “con tendencias libertarias” en Florida es un templo a la nixonmanía, repleto de fotografías del expresidente, cuyo rostro lleva tatuado en la espalda. Tan solo hay dos excepciones: la de un stripper y la de Stone con la estrella porno Nina Hartley, ambos en bikini. Una imagen poco acorde con el estatus de guardián del buen gusto. Su estilo excéntrico, chillón y clásico a la vez ha creado escuela. Adora las camisas de cuello abierto, los tirantes, las americanas cruzadas y ceñidas para acentuar su trabajada silueta. Considera los pantalones sin raya “una atrocidad” y se vanagloria de llevar trajes a medida desde los 17 años. “No tuve unos tejanos hasta que conocí a mi segunda esposa”, admite. Tenía 43 años. “Me gusta la sastrería inglesa, los zapatos italianos y el vino francés”, sentencia este bon vivant, propietario de cinco Jaguars.
Tan famosas como sus trajes de raya ancha son sus normas de campaña, conocidas como reglas Stone. La primera: “Conmigo la política no es teatro. Es performance artística. A veces, en su propio beneficio”. Sin duda, Underwood le pondría en nómina.