Depredadores

La increíble historia de la banda que, luego de realizar tareas de inteligencia a sus víctimas, entraba a sus viviendas para extraer sumas extravagantes de dinero. El desarrollo de una exhaustiva investigación que ahora permite la elevación de la causa a juicio.

Horas y horas de vigilancia. Copias de llaves magnéticas. Inhibidores de cierre automático de vehículos. Automóviles y camionetas de alta gama. Grandes sumas de efectivo en dólares y joyas son los condimentos de esta historia digna de una película de Hollywood. Sólo que a los autores de estos robos, efectuados desde julio del año pasado hasta febrero de este año, les faltó una pizca de inteligencia para mantener el relato y no terminar inculpándose los unos a los otros.

La organización en cuestión estuvo compuesta por Mauricio Jorge Di Norcia, Ricardo Horacio Soteris, Facundo Carro y Agustín Nahuel Suárez, con la eventual participación de al menos una persona más: Matías Alejandro Logwin. Su actividad delictual estaba marcada por robos largamente planificados y con absoluta premeditación. El modus operandi de la banda estaba signado por un trabajo de inteligencia sumamente preciso, ya que ingresaban a las viviendas en momentos en que sabían que sus víctimas no estaban presentes: algunas de ellas de encontraban de viaje, o trabajando, o habían salido a cenar.

Esto se lograba gracias a un particular accionar previo en el que los implicados tenían una clara distribución de roles y funciones, y una dinámica que permitía un accionar conjunto, reemplazándose unos a otros en caso de necesitarlo. Lo más común era que Carro y Suárez se encargaran de seguir a las víctimas, monitorear el movimiento en los edificios y conseguir las llaves, actuando bajo las instrucciones de Di Norcia, que era quien solía recabar la información sobre quiénes tenían en su poder grandes sumas de dinero gracias a su vínculo con una financiera. Por su parte, Soteris también participaba de los robos, siendo uno de los que entraba a las viviendas, casi siempre acompañado de Carro.

Una vez que Di Norcia marcaba a la potencial víctima, los otros miembros de la banda seguían a los blancos durante semanas, observando también los movimientos de los vecinos, ya sea a bordo de diversos vehículos o a pie, ocupándose de evaluar los ingresos a los edificios y las medidas de seguridad con las que contaba cada uno. Tanto mientras observaban a sus posibles víctimas, como a la hora de planificar sus robos, frecuentaban conocidas confiterías de la calle Güemes. Una de sus técnicas para hacerse de las llaves de las viviendas, era utilizar inhibidores del cierre automático de los vehículos de sus objetivos, aprovechando el momento en que el mismo quedaba estacionado para sustraer las llaves, hacer copias de las mismas, y regresar los originales. En otra ocasión, engañaron a una vecina para sacarle fotos a las llaves y así conseguir acceder al edificio.

Una vez que se aseguraban que las víctimas no se encontraban en su hogar, ingresaban con las llaves así obtenidas. Por lo general, eran tres los que ingresaban a los departamentos, mientras que uno se quedaba afuera para hacer campana. Se llevaban todo lo que fuera de valor y de fácil transporte: sumas que ascendían a las decenas de miles de dólares, cientos de miles de pesos, así como también diversas joyas.

Luego de que se denunciara el cuarto de estos robos, se inició una investigación que permitió, a través de la declaración de testigos y el seguimiento de posteos que los propios criminales hicieran en redes sociales —entre ellos, algunos de un viaje compartido por dos de ellos al Mundial de Qatar— se permitió establecer los vínculos que unían a esta banda y ordenar la intervención de sus teléfonos, lo que terminó de aportar la prueba determinante que hoy permite que el fiscal Berlingieri le pida al juez la elevación a juicio.

Mientras la justicia ya les seguía la pista, los miembros de esta banda usaban el botín de sus crímenes para comprar autos de lujo, pagar deudas de juego y hasta estaban planificando la compra de un inmueble.

¿Quién? ¿Yo?

Buena parte del esfuerzo de la pesquisa realizada por el fiscal estuvo enfocado en comprobar la participación de Di Norcia en estos hechos: a fin de protegerse, este personaje nunca entraba a las casas de las víctimas y, sabiendo que podía estar siendo investigado, se cuidaba de no dar detalles cuando hablaba por teléfono con otros miembros de la banda. Sin embargo, cometió un error: en el momento en que tuvo sospechas de que estos hechos podrían estar siendo investigados, interpuso a través de su abogado un Hábeas Corpus en el Juzgado de Garantías Nº4. Parecía ser una jugada que le permitiría protegerse en caso de que su nombre fuera expuesto por los otros miembros de la banda, pero terminó siendo la pieza que tumbó el dominó. ¿Por qué utilizar un recurso que apela a la protección de la información personal, si no hay nada que esconder?

En su primera declaración, Di Norcia fue contundente: «No tengo absolutamente nada que ver con ninguno de los hechos, no participé en ninguno, no fui el ideólogo ni conozco a los damnificados. No tengo ni la menor idea, desconozco cien por cien». Sin embargo, a través de diferentes pruebas —escuchas telefónicas, imágenes de cámaras de seguridad, declaraciones de testigos de identidad reservada, posteos en redes sociales, etc— la fiscalía logró trazar un mapa del funcionamiento de esta organización e identificar cuál era el rol de Di Norcia en la misma: no sólo era quien proveía de la información, sino que era quien, en muchas situaciones, daba las órdenes.

La caída

Pese a las advertencias de Di Norcia al hablar con los otros delincuentes, las escuchas telefónicas pusieron en evidencia la participación de estos en los diversos delitos, así como el nivel de conocimiento que tenía el entorno de cada uno al respecto de estos hechos: «Estoy tratando de inhibirle la chata», relataba uno de los implicados, mientras mantenía una conversación telefónica con su pareja. Cuando se enteraron de las órdenes de allanamiento, los miembros de la banda se llamaron unos a otros para coordinar sus acciones: Suárez le avisó a Carro, quien a su vez llamó a Di Norcia, quien luego se encargó de avisarle a Soteris. Los cuatro tuvieron un accionar similar: se deshicieron de aquello que pudiera implicarlos, y dejaron a sus familias para recibir a la policía. Ninguno estaba en sus domicilios cuando se llevaron adelante las órdenes de allanamiento.

En sus declaraciones, todos los miembros de la banda intentaron sostener el mismo relato: que los crímenes habían sido cometidos por Carro, Suárez o Soteris, pero que Di Norcia no tenía nada que ver. De hecho, intentaron negar que existiera un vínculo entre ellos. Carro llegó a decir que la razón por la cual Soteris había entrado con él a robar a una de las casas, era porque se lo había encontrado por la calle y que así, de casualidad, habían planeado el golpe juntos. Carro aseguraba que él había elegido a las víctimas sólo por casualidad y el fiscal remarca lo inusual de este argumento: de pura casualidad, esta persona había elegido, una y otra vez, a víctimas que guardaban grandes sumas de dinero en sus casas.

Un dato clave para derribar estos argumentos, fue una reunión que se dio en la casa de Di Norcia, ubicada en el barrio Rumencó Joven, un barrio que guarda estricto control y registro de los ingresos y egresos al predio: con esa evidencia en poder de la justicia, los delincuentes ya no pudieron negar que se conocían.

Otro dato relevante que demuestra el rol de Di Norcia en estos crímenes es que la mayoría de los departamentos desvalijados se encontraban en las inmediaciones de la financiera donde éste trabajaba. En el único caso que escapa a este patrón, lo que se ubica en las cercanías de esta oficina, es el local del que son dueñas las víctimas.

Tras hacerse de un botín de 1 millón de dólares y 42 millones de pesos, finalmente la exhaustiva investigación del fiscal Berlingieri permitirá sentar en el banquillo de los acusados a esta banda de verdaderos depredadores.