Tiempo de angustias y de deseo de cambio

Es difícil hacer comparaciones. Ucrania, por ejemplo, va por su tercera guerra de independencia. Polonia desapareció, como nación, en cuatro ocasiones, la última de ellas en 1939 cuando se la repartieron entre el régimen nazi y soviético hasta el final de la segunda guerra mundial.

Argentina es un país que hace tiempo que no vive grandes guerras. La batalla por Malvinas, por épica que sea para nosotros y la escala en la que vivimos las cosas como sociedad, es apenas un tema menor en la historia de las guerras que ha librado la humanidad. No obstante, aquí estamos: viviendo cada día como si se tratara del final mismo de la existencia de nuestra nación.

El consultor Federico Aurelio, heredero de la consultora Aresco —creada por su padre tras volver del exilio en España— ha señalado que, en todos los trabajos de campo, surge claramente que, el mayor deseo de la sociedad argentina en este momento, se expresa en el término «cambio».

Un cambio que trastabilla si, al mismo individuo, se le pone en la situación de comprender que, ese cambio, también lo va a impactar a él.

Una creencia popular le atribuye a Carlos Saúl Menem haber dicho que, si decía qué era lo que iba a hacer para cambiar la economía del país, nadie lo hubiera votado. En realidad, no fue así: la frase correcta fue «yo creo que, si decía lo que iba a hacer, nadie lo votaba» y quien la dijo fue Guillermo Vilas en el contexto de una entrevista con Bernardo Neustad. A partir de allí se popularizó y, a fuerza de repetirse, se terminó popularizando como un dicho de la boca del propio expresidente.

Pero la realidad es que nadie, ni siquiera el propio Menem, sabía qué hacer con la economía devastada de la Argentina. Al inicio, fue el plan Bunge & Born, cuyo impulsor fue Julio Bárbaro, quien funcionaba como nexo entre el grupo, y el sector de Menem, y que llevó a otra híper inflación la cual, vaya uno a saber por qué misterio de la conducta humana, nadie tiene demasiado presente.

Acorralado, Menem recurrió a lo conocido: convocó al contador público nacional Erman González quien, además de ser riojano como él, era el ex ministro de Economía de dicha provincia. Erman fue quien llevó adelante el Plan Bonex —conocido como el «bonexazo» con el que se limpió la matriz de emisión monetaria estableciendo así la base de lo que luego fue la convertibilidad.

El segundo paso, fue la ley de privatizaciones, a la que se opuso fieramente el PJ al punto que, en el senado, Eduardo Menem, envuelto en una bandera argentina, lideró la oposición a la integración de Aerolíneas Argentinas con las sueca SAS… para sólo dos años después, entregarla a Iberia por el valor simbólico de un dólar.

Los cambios que hay que hacer en Argentina requieren de un cambio en la mentalidad misma del conjunto social: luego de setenta años, la lección debería estar por más aprendida. No obstante, hay un sector que se resiste al cambio, y no son los piqueteros: son los empleados públicos muy excelentemente pagados, prebendarios que se llevan emolumentos muy altos —ajustados por inflación cada mes—, sectores empresarios vinculados a prebendas estatales y una larga lista de personajes similares.

Decir que lo que viene es un salto al vacío, es ridículo: saltamos al vacío hace siete décadas y aún no llegamos a ver un piso firme en el cual apoyar los pies.