Un artículo publicado en el diario británico The Guardian colocó en negro sobre blanco una situación que ya existía antes de la criminal invasión por parte de Rusia a Ucrania, pero que fue potenciada desde ese momento: la afluencia de mujeres rusas quienes —solas, o acompañadas de sus maridos— vienen a la Argentina a tener familia para poder así darles a sus hijos nuestra nacionalidad.
Tras la publicación en el medio británico, hubo réplicas en La Nación, Clarín e Infobae, entre otros. En las redes ya había debate al respecto de este tema, con planteos como por qué darle asistencia con dineros públicos a mujeres parturientas provenientes de otro país, o que había que tener cuidado con los usos que se le pudiera dar después a nuestro bien amado pasaporte, etc.
Es increíble, en una nación de inmigrantes, tremenda ausencia de criterio y sentido común ante quienes llegan de otros lugares del mundo en los que las condiciones de vida son atroces. Sí, Argentina es difícil. Rusia, en manos de la dictadura sangrienta de Vladimir Putin, es atroz.
Es sabido que, cuando hay una necesidad, rápidamente alguien arma un curro. Este está muy aceitado, y fue uno de los motivos de la fenomenal trifulca mediático-política-lega que aún hoy sacude a los medios e inquieta a la población, con fantasías como que ciudadanos rusos irán por el mundo realizando acciones de carácter político o de inteligencia en las que será clave la utilización del pasaporte argentino.
Si los servicios secretos rusos necesitaran pasaportes de otras nacionalidades para cubrir sus acciones —ya sea el Servicio Federal de Seguridad (FSB), el Servicio de Inteligencia Exterior (SVR), el Departamento Central de Inteligencia (GRU), o el Servicio Federal de Protección (FSO)— difícilmente organizarían una larga operación en la que mujeres embarazadas vengan a parir a Argentina para así obtener el documento argentino que les permita moverse por el mundo.
Según cita Edgardo Zablotzky, en un paper de la UCEMA se indica que la inmigración judía a la Argentina fue financiada por el Barón de Hirsh como consecuencia del fracaso de su propósito original, que era promover la educación de las poblaciones judías en Rusia. Señala: «En 1891 el Barón de Hirsh fundó la Jewish Colonization Association (JCA), a través de la cual habría de conducir la inmigración de miles de personas desde el Imperio Ruso hacia nuestro país y su establecimiento en colonias agrícolas. Dichos inmigrantes habrían de tener el derecho de acceder a la propiedad de la tierra, pero no en forma gratuita sino luego de haberla abonado, al igual que los gastos del viaje y la totalidad de los préstamos recibidos».
En Argentina, todos —o casi todos— provenimos de los perseguidos y los raleados de la historia como lo eran nuestros abuelos, quienes se subieron a los barcos quizá sin una idea cierta de adónde llegarían. La abuela materna del director de este medio, llegó del Líbano: la trajeron en una canasta, oculta, porque no podían pagarle el pasaje. Otro de sus abuelos llegó huyendo de la guerra civil española, al inicio de la contienda: era irse, o morir.
Nadie que necesite ingresar a este suelo para hacer su vida merece ser estigmatizado, usado o vilipendiado, ya sea por político o medio alguno. Y menos aún cuando las acciones las lidera una funcionaria que, en la pandemia, se ensañó con los argentinos que debían viajar al exterior o retornar al país.