Cuando se inició el gobierno de Alberto Fernández se tomó —bajo el manto del discurso nacional y popular— la decisión de suspender la licitación del gasoducto de Vaca Muerta, al mismo tiempo que se puso entre corchetes la política de sustitución de energías convencionales por alternativas.
Deberían estas políticas ser juzgadas por su oportunidad y su sentido económico. En esta semana, en Chile, se inauguró un parque solar inmenso, a tal punto que producirá una potencia de 648 GW, comparados con los 276 MW que produce, por ejemplo, todo el conjunto de energías solares y eólicas de Uruguay. Una vez más, tras llevar la delantera, estamos a la cola.
Amén de ello, la suerte de la prospección y explotación hidrocarburífera en el mar Argentino depende de una demanda judicial que la Cámara Federal de Mar del Plata no hará efectiva hasta la tercera semana de diciembre. En relación a este complejizado tema, el secretario general del Sindicato del Petróleo, Gas y Biocombustibles de Bahía Blanca, Gabriel Matarazzo, señaló en una columna publicada en el suplemento dedicado a energía del Diario Río Negro que «Argentina es una de las cuencas gasíferas más importantes del mundo y tiene un papel clave para jugar en el mundo frente a la transición energética. Sin embargo, los obstáculos aún son varios. El país viene dependiendo de la importación para el abastecimiento: la compra al extranjero de gas durante los últimos años marcaron un fuerte aumento que complicó cualquier proyecto energético y a la propia economía del país por el impacto en precios».
En dicha columna, Matarazzo señala con sentido común —bien escaso—: «La producción propia de gas, como consecuencia de la puesta en marcha de la explotación offshore, implicaría que todas las centrales térmicas puedan ser abastecidas por gas y no por gasoil, lo cual no solo ayudaría a moderar el desequilibrio importador que sufrimos este año con la escasez de combustibles, sería una pata más en la protección del medio ambiente».
La cuestión central por la morigeración de los efectos del cambio climático pasa por desmotar las fuentes más intensas de generación de CO2 que son, por caso, las centrales de carbón que en muchos casos se ubican en países centrales como Estados Unidos y China, mientras que la más grande del mundo está ubicada en Taiwán y la segunda en Polonia. Las otras seis, están en la China continental y las dos más grandes fuera de estas, en la India.
Argentina, que no emite CO2 a partir del uso del carbón, está para liderar esta transformación. Sólo falta sentido común por parte de una dirigencia que una vez más se ubica lejos de los hechos, y sólo crea problemas innecesarios.
Es un hecho que el cambio, está a la vuelta de la esquina. Sólo falta hacer lo necesario para gestionar y ser parte de un cambio global que es prioritario para la humanidad de cara al siglo XXI.