Regímenes criminales, profetas del odio

El ataque criminal a Salman Rushdie perpetrado en la comunidad de Chautauqua, Nueva York, es un claro ejemplo de la naturaleza violenta que domina al Islam chiita, controlado por los mullah iraníes.

Un Islam que permanece anclado en el siglo XVII, que no reconoce la evolución social y le niega a las mujeres sus derechos humanos, actuando de manera criminal contra aquellos que cuestionan o critican sus modos y formas de entender la relación con lo divino.

Hasta que el juez de la causa por el intento de asesinato criminal contra el laureado escritor, autor de «Los versos satánicos», determinó que el perpetrador debe estar en aislamiento y no puede ser entrevistado por los medios, Hadi Matar se ufanaba de su conducta criminal, y se proclamaba inocente.

Por extraño que parezca, el defensor oficial que lo representa ante la corte neoyorquina pidió que se le deje en libertad hasta el juicio, por no poseer antecedentes criminales. El juez sin embargo confirmó su reclusión y ordenó que se lo aísle, indicado, como cita el fiscal a cargo de la acusación, que es un individuo al cual «no le importa su propia libertad, señor juez, y está tan convencido de sus motivos que su misión de matar al Sr. Rushdie es mayor en su mente y supera su propia libertad personal».

Rushdie, en tanto, se ha recuperado al punto que ya no peligra su vida, aunque su recuperación será larga por el tamaño de sus heridas y por su edad. Su supervivencia supone un triunfo del modelo occidental ante estas visiones extremistas de la relación humana con lo divino.

El atentado trae a la consciencia pública el riesgo que representan estos regímenes, en particular, para sus propios pueblos. La policía moral ataca a diario en las calles de Teherán a aquellas mujeres que no se cubren el cabello, empujándolas en la calle o golpeándolas. El régimen monta espectáculos colgando a gente de grúas puente, ubicadas en la vía pública. Este tipo de régimen apasiona a algunos dirigentes de la Argentina que ponderan su conducta y sus políticas, celebrándolo y atribuyendo las discrepancias a un relato nacido de las supuestas diferencias culturales.

La verdadera diferencia cultural se da en la forma de ejercer el poder. Se trata de un poder que se empeña en imponer una verdad única, y que es capaz de emitir una fatwa con propósitos criminales o incluso ofrecer dinero —eso sí, en dólares— a cambio de una vida.

En 1989, el régimen ofreció una recompensa de tres millones de dólares si quien asesinara a Rushdie era iraní, y un millón si el asesino resultaba ser de otra nacionalidad. La celebración pública de régimen por el atentado deja en claro que estas acciones criminales son una constante en el modo de comprender el poder.

Salman Rushdie había cambiado sus criterios de vida, prescindiendo de su custodia por entender que aquellas amenazas ya habían prescripto. Sin embargo, el ejercicio del discurso del odio sistemático de estos regímenes hace que nunca, nunca se deba bajar la guardia.

Son criminales, y éste es su modo de ejercer el poder.