Revelaciones nada inesperadas

Se ha dado a conocer en estas semanas una serie de elementos que hacen a dos personajes resonantes e influyentes de estos años en democracia; figuras inexorables en el escenario de la política, en particular de la política vinculada al accionar del sistema judicial argentino: Horacio Verbitsky y Eugenio Zaffaroni, ambos ariete e ícono de la facción peronista representada hoy por la presidenta Cristina Fernández.

Verbitsky, desde su instrumento, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), y Zaffaroni desde su profusa literatura jurídica -tales como “Derecho Penal – Parte General”, editado en 2000, o “Estructura básica del Derecho Penal”, editado en 2009, texto inspirador del nuevo Código Penal que impulsa el actual Gobierno-, han sorteado retiradamente la picota pública ante apreciaciones vertidas sobre el pasado de ambos: Verbitsky, como segundo jefe de inteligencia de Montoneros, y Zaffaroni, como juez durante la dictadura militar.
Hasta hoy, la sociedad, en términos generales, no había querido escuchar. La prédica torva de Verbitsky culpando a los militares del Proceso de todos los males de la nación, al tiempo que aupando a Montoneros, ha sido una constante. Su diatriba en referencia a la seguridad y la acción de las fuerzas policiales y de seguridad, un azote para los distintos gobiernos, en particular para el de la provincia de Buenos Aires. Eugenio Zaffaroni, por su parte, ha marcado a toda una generación de integrantes del Poder Judicial hasta niveles increíbles, en la llamada conducta abolicionista del Derecho penal. Ambos son dos vacas sagradas del poder que forma y forja una nación, el judicial y el periodismo, en su capacidad de instalar conductas y cursos de comportamiento general y particular.
Un libro de próxima aparición, de autoría de los periodistas Gabriel Levinas y Sergio Serrichio, pone a Horacio Verbitsky, por primera vez documentadamente, bajo la luz del seguidor por sus conductas pasadas. La investigación llega hasta un pasado que parece hoy remoto, como lo es el gobierno autocrático de Juan Carlos Onganía. Francisco Imaz fue ministro del Interior en el facto que derrocó a Arturo Umberto Illia, y fue justamente la persona que poseía la llave de los servicios secretos de la época, aparece reiteradamente mencionado en la bilbiografía que cuenta el inicio de Montoneros como un brazo originalmente constituido desde las bases del denominado “cristianismo revolucionario”. Que el lugarteniente de Rodolfo Walsh en Montoneros en el área de inteligencia haya atravesado la dictadura indemne, sin un rasguño y protegido por un comodoro (Pedro Güiraldes) ya es por sí solo motivo de sospecha y cuestionamiento, pero no había ocurrido hasta el libro de Levinas. La prueba documental que anuncian los autores está plasmada en “Verbitsky, con Dios y con el diablo” saldaría años de discusiones y colocaría un tope a la impudicia de este cuestionador impenitente.
En el caso de Eugenio Zaffaroni, aparece hoy la prueba de su íntima relación con el Proceso. Autor de un libro que justifica el golpe militar -había sido denunciado por Rodolfo Terragno aunque negado por Zaffaroni-, ahora el papel impreso corta el debate y establece los hechos. Según publica Plazademayo.com, “Los bandos para el supuesto de conmoción interior, fuera de la guerra -escribe Zaffaroni mientras aún había detenidos desaparecidos en distintos campos de concentración en el país-, también requieren una necesidad terribilísima, que debe estar dada por la circunstancia de que la conmoción interior alcance un grado tal que la autoridad del lugar no pueda evitar estragos, es decir, que la alteración del orden sea de tal naturaleza que el peligro de afectación masiva y grave de bienes jurídicos tales como la vida, la propiedad, etc., sea inminente e inevitable por la autoridad local. De allí surge la posibilidad de que la autoridad militar asuma el gobierno o el mando de una parte del territorio”. Publicado en 1980, no deja dudas en qué sitio se ubicaba el padre del abolicionismo penal en aquellos años.
Revelaciones, todas ellas, nada inesperadas.