Pasó la blitz de la policía municipal. Nada se dice, de nada ya se debate. Eso sí, ahora vendrá la nueva política de seguridad que consiste en comisarías móviles, y una veintena de patrulleros nuevos.
En tanto, en el día a día queda al desnudo lo que ocurre en el mundo real, lejos de los anuncios y el corte y pegue de gacetillas oficiales. El 16 de junio, el vecino Pedro Milanovich transitaba por la avenida Juan B. Justo, cuando al detenerse en la esquina de Fleming por el semáforo en rojo, según relata, fue embestido por un auto conducido por un borracho (ebrio sería minimizar) que apenas podía pronunciar su nombre. Impuesta la Policía provincial del episodio, se detectó que además estaba inhibido para conducir vehículos y poseía una licencia de la provincia de La Pampa (posiblemente falsa), y aunque no surge aún de los datos del vehículo, un Fiat Uno de viejo modelo, no habría estado tampoco asegurado.
La policía llamó a Tránsito municipal para efectuar el control de alcoholemia y secuestrar el vehículo. A las 0,30 hs del 17/6, 4 horas después, se hizo presente una persona de la Dirección Municipal de Tránsito diciendo que llegaba “a dar la cara”, ya que no poseían elementos para el control de alcoholemia ni grúa para secuestrar el auto. La solución era esperar en la Comisaría 3° junto a los borrachos (eran dos) hasta las 8,30, para continuar con las averiguaciones. Al final, solamente se labró un acta de infracción por tarjeta verde vencida.
Por esos mismos días, Tránsito -que el 16 decía no poseer elementos para hacer un test de alcolemia-, según la gacetilla municipal anunciaba, había efectuado más de novecientos controles de alcolemia y secuestrado ochenta y ocho vehículos por exceso en la ingesta tolerable.
¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué no hay personal y alcoholímetros en un hecho como el sufrido por el vecino Milanovich, y sí para un operativo? Porque, como relata una fuente, hay negocio en los controles y uso de las grúas de Tránsito. Concretamente, mis fuentes señalan que hay escasa disposición a usar las grúas a pedido de la policía, menos que menos para hacer un acarreo nocturno. No hay personal y sólo lo reúnen en operativos que aseguren horas extra y suculentos ingresos por suma de premios en multas aplicadas.
La pregunta es sencilla: si esto no es incumplimiento de los deberes de funcionario público, ¿qué puede serlo? Si esto no es corrupción, ¿qué es corrupción? La intendencia de Gustavo Arnaldo Pulti es literalmente catastrófica. No hace lo que hay que hacer en materia alguna. Tiene una caja compartida con Tránsito, en la cual está involucrado el Sindicato de Trabajadores Municipales.
Parece un extraño karma. La nueva figura del poder, Juan Curuchet, va por su segunda saga de errores. Primero, el techado del velódromo, y ahora la reforma integral y puesta en valor del CEF 1.
La gestión ha dado en estos años un mensaje fundidor a diario. Han fundido la Hacienda pública, llenando los bolsillos de acólitos, queridas y complicidades políticas. La política en salud es un dato clave: han desmantelado las salas periféricas para hacer funcionar el CEMA. Y lo pagan los vecinos. Lamentable y cruelmente.
Sólo anuncios, sin concreción real alguna. Y creo que la pregunta es legítima: lo de las comisarías móviles y el refuerzo de patrulleros, ¿será otra ficción alimentada por los mismos grupos de poder que crearon la ficción Pulti en Mar del Plata? Ya es como demasiado, ¿o no?