Mar del Plata y las políticas de acoso y derribo

Luego de la caída de muro de Berlín —imagen que implantó la idea del fin del Imperio Soviético—, se sintió que el tiempo por venir significaría —como señaló Francis Fukuyama— «El Fin de la Historia». Sin embargo, la izquierda —tanto política como cultural— está viva, y muy entre nosotros.

Hoy aparecen reconstruidos como actores interesados —por ejemplo— en la ecología. O en los derechos de las minorías. O de la declamada «igualdad de oportunidades». Estos actores gozan del beneplácito de los medios y de los poderes constituidos, que no quieren verse citados como enemigos del hombre y de la Tierra.

En Mar del Plata, el activismo anti petrolero sigue alegando en Tribunales, exasperando a los actores económicos que ven pasar cada día como un factor clave que podría implicar el perder esta extraordinaria oportunidad para el país y, más específicamente, para Mar del Plata y nuestra región. Equinor le ha solicitado a la Cámara Federal que actúe, pronunciándose a pesar de la feria judicial, para poder así definir el camino a seguir.

Es inconcebible que se siga demorando un proyecto de exploración sísmica alegando supuestos riesgos para la salud de mamíferos marinos, cuando la técnica en cuestión se utiliza desde hace décadas en todos los mares del planeta sin que se haya asociado nunca con la muerte masiva de ninguna especie.

Lejos ya del efecticismo propagandístico de las imágenes falsas que mostraban playas y pingüinos empetrolados, o enormes plataformas de extracción frente a las costas arruinando sus paisajes, el discurso ahora cambió a la defensa de las ballenas, delfines y otras especies marinas cuyo tránsito las llevaría a circular por las áreas a explorar, ubicadas a cientos de kilómetros de nuestras orillas.

Lo ridículo de estos planteos queda expuesto a la luz de lo que está ocurriendo en el mundo: la necesidad de gas —que es sólo la consecuencia de la invasión de Rusia a Ucrania—, ha llevado a que, en noviembre del año pasado, Israel y el Líbano acuerden una línea divisoria de aguas en el mediterráneo —con el beneplácito de Hezbollah— para extraer del subsuelo marino reservas de gas estimadas en millones de metros cúbicos, a través de un consorcio integrado por la firma fracesa Total y el ENI italiano.

Total es la empresa que explora, perfora y extrae gas de la plataforma epicontinental argentina —frente a las costas de Tierra del Fuego, a 30 km de la orilla— desde el año 1989. Nunca se ha observado en el área —en la que hay una profusa población de ballenas, focas y pingüinos— alteración alguna de sus ecosistemas.

De hecho, un consorcio integrado por Total, Panamerican Energy y optras pequeñas compañías han ratificado una inversión de US$700 millones  para ampliar los campos marinos de extracción de gas a 70 km de la costa fueguina, lo que no parece inquietar a ningún alma sensible.