Guillermo Montenegro quiso esta semana colgarse los laureles de una batalla política que ganaron otros, al tiempo que demostró una enorme lejanía con la realidad cotidiana de la ciudad que gobierna.
Seis de cada diez marplatenses no lo votaron a Guillermo Tristán Montenegro para que renueve su mandato como intendente. Supuse que ese dato concreto y cierto sería suficiente para que se abra un proceso de reflexión al respecto de los modos que imperan a la hora de gobernar Mar del Plata.
Hasta ahora, esa actitud no se advierte. Y lo que ocurre, preocupa. La participación del intendente en la respuesta que tuvo el complejo industrial pesquero y naval ante la propuesta de modificación de la Ley Federal de Pesca que se incluye en la Ley Ómnibus que presentó el gobierno nacional, no fue relevante, para nada. Por qué apareció, llevándose el bonus de la foto junto al gobernador de Chubut en la Rosada, es todo un interrogante.
Su actitud fue sólo aplaudida por su mínima cohorte de replicantes que la festejaron como otro logro de «la viveza de Guille». El intendente no aguantó ni dos preguntas en los medios de CABA, a la tercera, hizo sapo: fue cuando aseveró que la pesca no es el principal motor de la economía de la ciudad y que sólo emplea a veinte mil personas.
Esas veinte mil, son sólo las que están directamente vinculadas con tripulaciones embarcadas, plantas de procesado, etc. Pero la pesca es una actividad que nutre a decenas de otras industrias en la ciudad, como astilleros, mecánica naval, etc. Se trata de una extenso complejo industrial que involucra decenas de actividades de apoyo e industria, que permite generar valor agregado por cientos de millones de dólares.
La furia corría por el sector sur de la ciudad a medida que Montenegro se expresaba en los medios de CABA, siendo objeto de variopintas caracterizaciones. Es que más lejos de la realidad, no se consigue. La presión por sus dichos fue tan grande, que en la jornada del viernes se llevó adelante una reunión en la que también participó el secretario de Producción, el especialista en decks, Fernando Muro. Por suerte, estaba también allí el senador nacional Maximiliano Abad, sino, el encuentro termina en pugilato.
Guillermo Tristán Montenegro llegó de guapo, a levantarle la voz a los empresarios presentes que le tuvieron que reclamar —en un tono aún más fuerte— que los dejara hablar, y que escuchara. Fue muy tenso. Salvó el escenario Maximiliano Abad, quien ordenó la reunión, tomó la conducción de la misma, y serenó los ánimos. Si no, era un papelón.
No es poco que la conclusión del encuentro haya sido la decisión de armar una mesa de trabajo que actuará en la idea de generar consensos y propuestas. Una mesa de trabajo es algo así como una comisión en ámbitos legislativos, y ya sabemos qué decía Perón sobre esas comisiones.
De la reunión, los empresarios y otros actores del sector se fueron con un gusto agrio: habían pasado de la euforia de los anuncios, a sentir una preocupación aún mayor, porque Montenegro no pudo, no supo o no quiso explicar qué fue lo que se acordó en Casa Rosada.
Hay un dato que me preocupa y mucho, y es esta actitud de decir, depende la ocasión, lo que parece más oportuno políticamente. En su raid por los medios de CABA, el intendente aseveró que este gobierno los recibe, a diferencia del anterior que jamás los atendió.
En la web de Casa Rosada —sólo por citar un caso— se pude leer: «El presidente Alberto Fernández mantuvo este mediodía un encuentro de trabajo con el intendente de General Pueyrredon, Guillermo Montenegro, en la Residencia de Chapadmalal, en la ciudad de Mar del Plata». Corría el año de la vergüenza de 2020 y ambos lucían muy mononos con sus barbijos, prolijamente colocados, en una foto frente al mar.