Guillermo Montenegro quiso esta semana colgarse los laureles de una batalla política que ganaron otros, al tiempo que demostró una enorme lejanía con la realidad cotidiana de la ciudad que gobierna.
La recuperación de los símbolos nacionales en las primeras horas del nuevo gobierno —granaderos, el pasaje de aviones de guerra y transporte, la Banda de Patricios ejecutando canciones navideñas mientras desfilaba por calle Florida entre vítores y aplausos— dejó una grata sensación de «patria».
Frente a una sociedad ansiosa de cambios —cuesten lo que cuesten—, algunos superdotados alumnos de las academias ILVEM salieron a manifestarse antes de que concluyera la cadena nacional.
La confusión al respecto de las responsabilidades reales en materia de seguridad en nuestra ciudad se vienen gestando desde la gestión de Daniel Scioli al frente de la provincia de Buenos Aires.
A caballo de la nueva situación política, finalmente Guillermo Montenegro efectúa cambios en la estructura de la administración del municipio concentrando secretarías y rebajando a otras a direcciones. El cambio, en cuanto a actores políticos, encierra claroscuros en el por qué de esas decisiones.
Quizás —como Alberto— pueda decir: «me tocaron los peores cuatro años de la historia». Es una opción. Asumirá teniendo que hacerse cargo de su propia herencia y, seguramente, estará, desde la hora cero, sometido a la presión propia y externa que implica el dar respuestas.