Cartas de un judío a la Nada

Moscú, 1977

A veces me siento invisible. Puedo atravesar caminando una ciudad enorme de punta a punta sin detenerme; cruzarme en mi camino con decenas de miles de personas, y ni una habrá de mirarme. Simplemente sé que nadie está pensando en mí en este momento. Soy como una sombra vieja y olvidada que persiste a pesar de que ya hace tiempo no existe el objeto que la proyectaba. Soy poco más que un fantasma. Puedo hablar con la gente, conectarme, pero mi recuerdo está siempre condenado al olvido. Minutos más tarde, es lo mismo que si yo no hubiera existido nunca.

Quisiera poder olvidar tan fácil. Pero no puedo. Es verdad, sin embargo, que mi corazón es mucho menos tierno de lo que fue en otros tiempos. Hubo épocas de mi vida en que no podía dormir, atormentado por mis preocupaciones sobre el bienestar de los demás. Ahora me preocupan cosas mucho más sombrías. No sé si serán los efluvios de un mal humor pasajero o si realmente se cumplirán nuestras impresiones más sombrías; lo cierto es que estoy gobernado casi todo el tiempo por un mal presentimiento. Podría suceder en cualquier instante que algún idiota apriete el botón incorrecto y el mundo entero vuele por los aires.

Pero, por momentos, me preocupa lo contrario. ¿Qué pasa si la guerra nuclear no estalla nunca? ¿Qué haremos con los miles de megatones de potencia armamentística que hemos creado anticipándonos a una conflagración que no se dará jamás? ¿Nos sentaremos simplemente sobre ellos, esperando a ver qué pasa? ¿Habrá algún momento en que alguien se anime a desmontar las armas nucleares y deshabilitarlas para siempre? ¿Cuál será el orden del mundo si esa utopía de paz se cumple alguna vez?

Creo que es un poco inevitable. Un gran estallido, un fuego que recorra el planeta de punta a punta es, quizás, demasiado poético. La humanidad no funciona de esa forma. En la humanidad no hay ninguna grandeza, ninguna épica. Creo que el mundo irá decayendo poco a poco en un caos indefinido, gris, absurdo. A medida que nuestra capacidad de almacenar, compartir y recordar información vaya mejorando, nuestras viejas tretas irán perdiendo efectividad. Las religiones colapsarán en el choque con otras creencias, las culturas se irán fusionando, cada vez se nos volverá más difícil definir metas y encontrar motivaciones. Imagino a una humanidad vencida por el desgano… y me aterra.

Es terrible que algunas cosas terminen, pero peor es cuando se siguen cumpliendo después de su tiempo. Yo soy el claro ejemplo de ello. No le deseo ningún mal a nadie, pero lo cierto es que las crisis son necesarias para el crecimiento. Sin desafíos, sin competencia, sin tragedias la humanidad seguirá estancándose cada vez más. Tenemos que encontrar una forma de obligarnos a nosotros mismos a ser grandes una vez que hayamos vencido definitivamente todos los desafíos que nos plantea este Universo.

No sé dónde puede llegar a radicar la motivación que busco para la raza humana. Quizás nuestro próximo sacudón cultural llegue en el contacto con alguna civilización extraterrestre. Quizás estemos solos en el Universo y nos demos cuenta de que los trillones de trillones de planetas que cuelgan sobre nuestras cabezas, orbitando cada una de las estrellas en el firmamento, nos pertenecen; que sepamos que sólo tenemos que encontrar alguna forma de llegar hasta allí.

Pero no lo sé. Fuimos diseñados por la naturaleza para asegurarnos comida, confort, salud y compañía. Naturalmente, no nos motiva nada más. La afección por el dinero no es otra cosa que una expresión moderna del viejo anhelo de alimento. Una vez que tenemos todo lo que buscamos, ¿qué podemos inventar?

Personalmente, he descubierto que la caridad llena el alma. Cuando uno está bien, nada le hace mejor que ayudar a los que no lo están. Pero puedo imaginar un tiempo donde nadie necesite la ayuda de nadie. Donde la humanidad, de punta a punta, esté simplemente bien. ¿Y qué haremos entonces?

No es que desee que llegue el fin del mundo. Lo que deseo es que la humanidad no se convierta en una legión interminable de seres grises y desmotivados, sentados frente a la televisión o alguna otra forma de entretenimiento, conformándose con sus vidas vacías y estúpidas.

Quizás la respuesta sea el amor. Los momentos más grandes de nuestra raza, las mayores obras de arte, las reflexiones más profundas, los actos más desinteresados que han quedado registrados en nuestra historia, fueron hechos por amor. Pero, en realidad, no sabría decirlo. Jamás supe lo que es ser amado.

Si el mundo se terminara hoy, yo no estaría en el último pensamiento de nadie.

 

Nemuel Delam

El judío errante