La última cena preferida

Un fotógrafo norteamericano recopiló en una serie de imágenes las curiosas elecciones de los convictos norteamericanos; una reflexión sobre la inutilidad y la violencia de la pena capital.

Última Cena de Ted BundyUn vaso de jugo de naranja, una hamburguesa con queso y papas fritas, un café negro, dos bochas de helado de menta granizada. No es el menú de una cadena de comidas rápidas. Se trata del último plato que eligieron algunos condenados a muerte antes de ser ejecutados.
No es, en general, una decisión al azar y sin reflexiones. Por el contrario, el ritual de la última comida es tal vez uno de los momentos más importantes en la vida de un condenado a la pena capital. Jonathon Kambouris , un fotógrafo norteamericano, investigó cuáles fueron las elecciones de los sentenciados en los Estados unidos y presentó los resultados de su trabajo en una serie de imágenes bajo el nombre de The Last Meals Project.
“Todo comenzó la mañana del 12 de junio de 2001. Leí un artículo en el periódico local sobre la ejecución de Timothy McVeigh . La nota describía los momentos finales previos a la ejecución y cuál fue su última comida. Cuando leí que McVeigh eligió dos bochas de helado de menta granizada como su última comida, inmediatamente sentí un escalofrío que me corría por la espalda”, cuenta Kambouris a LA NACION.
McVeigh fue el autor de un atentado contra el edificio federal Alfred P. Murrah en Oklahoma City en1995, en el cual murieron 168 personas.
Para el fotógrafo, la elección de la última comida es en sí “un acto de honestidad y verdad”, un ritual aún más importante que las últimas palabras del condenado, un momento en el que se manifiesta lo más básico de la condición humana.
En EEUU., la pena de muerte es legal en 35 estados, usada regularmente en 12 y está siendo reconsiderada en otros 11 “debido a los altos costos que le genera al Estado y la inefectividad a la hora de prevenir el crimen”, dice Kambouris.
Texas es el estado con mayor cantidad de ejecuciones desde la reinstauración de la pena de muerte en 1976. Desde entonces y hasta abril de 2009, en Texas se ejecutó a 437 personas.
Para ver el trabajo completo de Jonathon Kambouris, ingresá al sitio web de The Last Meals Project .
El objetivo de The Last Meals Project , más allá de dar a conocer los detalles curiosos de este ritual, es cuestionar cuál es la función de la pena de muerte y si sirve realmente a la sociedad.
La imagen que encabeza The Last Meals Project es la del famoso asesino serial Ted Bundy, ejecutado en la silla eléctrica en enero de 1989. Bundy solicitó como su última comida un bife, hash browns (una especie de croqueta de papas fritas), huevos y un café.
En cambio Karla Faye Tucker eligió algo más natural: una ensalada con salsa “Ranch”, un durazno y una banana. Tucker fue condenada a la pena capital por asesinar a una pareja durante un robo. En 1998 recibió la inyección letal.
“Me parece que las elecciones más interesantes son las que tienen que ver con algún tipo de introspección en la mente de estos asesinos condenados”, sostiene Kambouris.

CURIOSAS ELECCIONES

No todos eligen comida. Aileen Carol Wuornos, una mujer que mató a siete hombres, pidió apenas un café negro antes de ser ejecutada en 2002. Gerard Lee Mitchell, también condenado por homicidio, solicitó caramelos. Jonathan Wayne Nobles, acusado de matar a dos personas, pidió que le dieran el sacramento de la eucaristía antes de ser ejecutado. Por su parte, Odell Barnes Jr, que recibió la pena de muerte por el homicidio de una mujer, escribió cuatro palabras en el papelito en el que debía poner su elección para la última comida: “Justicia, igualdad, paz mundial”.
La posibilidad de elección tiene un límite: las comidas no pueden costar más de 40 dólares y deben poder comprarse localmente. De esta manera se evitan pedidos “extravagantes” que demoren la ejecución y generen mayores gastos al Estado.

UNA REFLEXIÓN SOBRE LO INÚTIL DE LA PENA DE MUERTE

La pena máxima más utilizada en los Estados Unidos hoy es la inyección letal. Los químicos de los que está compuesta son tiopental sódico, que tiene un efecto sedante, bromuro de pancuronio, un relajante muscular que hace colapsar el diafragma y los pulmones, y cloruro de potasio, que detiene el corazón.
Los datos recabados por Kambouris explican que el convicto ejecutado con esta técnica es declarado muerto aproximadamente a los siete minutos. El costo de esta inyección es de 86,08 dólares. El verdugo, según la investigación, cobra 150 dólares por ejecución y la ley le permite mantener el anonimato.
Según cuenta Kambouris, basándose en datos de Amnistía Internacional y departamentos de justicia de diferentes estados, el gobierno norteamericano “gasta más de 100 millones de dólares al año en la búsqueda de la ejecución de un puñado de convictos”.
“¿Qué pasaría si toda esa energía e inversión financiera fuera invertida en educación y mejores opciones para los niños para evitar que caigan en la pobreza y el crimen?”, se pregunta el fotógrafo. Para explicar este punto, Kambouris recuerda el caso de Dominique Jerome Green, un joven ejecutado en 2004. “Él era culpable y merecía estar en prisión, pero la humanidad también es culpable del abandono que vivió este hombre los años anteriores a que fuera condenado a muerte por asesinato”, sostiene. “Este chico no tenía buenas opciones en la vida. Era pobre, afro americano y no tenía padre. Tenía una madre con una grave enfermedad mental, se vio forzado a mantener a su hermano desde muy joven en una ciudad muy violenta en Texas”.
Lo que más le llamó la atención a Kambouris en este caso, es la cantidad de personas a favor y en contra de la pena de muerte que debatieron acaloradamente este caso. “Me parece muy llamativo que nadie se haya interesado en esta persona hasta que fue condenada a muerte”, plantea el fotógrafo. Y se pregunta: “¿Qué hubiera pasado si este mismo esfuerzo se hubiera puesto antes? ¿Hubiera sido un mejor disuasivo para evitar el crimen?”..