Cartas de un judío a la Nada.
St. Gregory, 721. La pala bajaba, vacía, y regresaba llena de tierra. La tumba poco a poco se iba haciendo más y más profunda. El sol se había ocultado detrás de las nubes y una extraña calma dominaba el aire, como si el viento hubiera entendido que hoy los hombres no estaban de ánimo para sus juegos. De lejos podía escuchar los llantos amortiguados de las mujeres, a quienes ya nada las consolaba. El niño estaba afuera, conmigo, mientras yo intentaba darles sepultura a su padre y a su hermano.