¿Y me preguntan por qué?

En esta misma columna, en la edición precedente, abordé temas que, entiendo, se deben exponer ante la sociedad. Pero parece que incomoda que, dirigentes de una cuidadosa —y, las más de de las veces, insulsa— acción política queden expuestos en negro sobre blanco.

De toda una vida siento pasión por la «polis», y no por la política entendida como un instrumento que sólo sirve para la satisfacción de unos pocos. Desde 1983 se ha ido gestando un estado de las cosas que, hoy por hoy, es gravoso para el ciudadano de a pie y sólo le sirve a grupos que, dentro del Estado, gestionan de forma autosatisfactiva. Es más: pueden cambiar una y otra vez de camiseta, según les haga falta, y por eso ser celebrados como unos vivos. Ser considerados unos genios, por enriquecerse a vista y paciencia de todos.

Hace semanas que en Lobería estaba a full la comidilla al respecto de una operación económica de alta nota: Andrés Villalba —funcionario de la legislatura provincial— adquirió la propiedad más céntrica del pueblo para construir, allí, un edificio en propiedad horizontal para lo cual, con un trámite exprés, le concedieron un decreto de excepción.

Villvalba, en el universo de la política provincial, es un auténtico mito. Es conocido por el apodo de «el cheto» y ha manejado pauta y subsidios por millones, sirviendo a tantos poderosos de turno como los que ha dado la política provincial. Imagino que, para el señor Underwood, sería un auténtico genio, digno de respeto y admiración.

En su momento, Villalba estuvo signado en la causa penal que involucró a varios senadores radicales de la época del final de la convertibilidad. Aquel escándalo que le pegó de lleno a Enrique Marín Vega, quien fuera senador provincial por la gracia de Blas Aurelio Primo Aprile. Las crónicas de la época señalan: «Además de las irregularidades en los subsidios a personas, los fiscales registraron la misma maniobra con “falsas” asociaciones civiles. Una de las entidades, Leandro N. Alem, funcionaba en el 6° B de un edificio donde vivía la hija de Monasterio, Roxana. La otra entidad, Azul Marino, estaba en el 570 de la calle 11, en La Plata. Allí, en realidad, vivía Andrés Villalba, un empleado del bloque radical de senadores que aún no declaró ante los fiscales».

Nunca declaró. La causa prescribió por el paso del tiempo, según lo que determinó la justicia platense. Y la fiesta siguió. Hoy, el «admirado» Villalba luce millonario, es dueño de estación(es) de servicio, y desafía: «¿Qué me auditan? Facturo millones por año».

¿Me preguntan por qué?

El legislador Roberto García Moritán, cuando le pregunté por los gastos de las legislaturas, me respondió: «La de Buenos Aires, insume 77 millones por día. La de CABA, 33 millones. Es mucha plata, y hay que cambiar esa situación». Javier Iguacel, consultado en Bahía Blanca por este mismo tema, respondió: «Si soy gobernador, bajo el presupuesto de la Legislatura de $27 mil millones a $5 mil millones».

¿Y me preguntan por qué?